Capítulo XLII

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Ella asintió con un gesto, agarrando la bolsa con las dos manos como si tuviera miedo de perderla. Nick fue delante y George los siguió. De vez en cuando, el perro se detenía a olisquear, y un pequeño charquito aparecía en los escalones.

Cuando llegaron a la primera puerta, Nick llamó secamente.  

Se abrió en cuanto sus nudillos tocaron la madera. Apareció un hombre gordo y bajo, con el escaso cabello peinado de lado y una gran marca de nacimiento de color púrpura en medio de la frente.

—¿Crawford? —preguntó Nick.

—Soy yo. —Los ojillos del hombre iban de Nick a Aria. —¿Quiénes sois?

—Aria Markham —contestó Nick.

—¿Y eso? —Crawford miraba a George con recelo.

—El perro de la señorita Aria. Va a todas partes con él.

—Ya veo. ¿Tenéis el dinero?

Aria levantó la bolsa.

El hombre abrió mucho los ojos.

—¡Tienen el dinero! Bien, eso es... —Se detuvo y se pasó la lengua por los labios, con los ojos fijos en la bolsa y una expresión astuta en el rostro. —Supongo que será mejor que entren. —Miró al perro. —Excepto el chucho.

—Oh, por favor, déjelo entrar —dijo Aria. —Se portará bien.

Nick casi se echó a reír al oír eso. El hombre tampoco parecía convencido.

—No sé —repuso, mirando receloso a George.

—¡Por favor! —insistió Aria dulcemente. —Es un cachorro muy simpático. —Como para probarlo, palmeó al perro, que inmediatamente se tumbó a sus pies a modo de alfombra, jadeando como si estuviera exhausto de subir las escaleras

Nick observó al hombre con curiosidad. Se esperaba que un duro y curtido villano estuviera reteniendo a Alex, alguien como DeGardineau o uno de sus secuaces. Pero Crawford parecía... inofensivo. Todo él era blando, amorfo, incierto.

Crawford se subió los pantalones.

—No quiero tener al chucho aquí dentro. ¿Puede sentarse fuera?

—¡No! —exclamó Aria, y miró suplicante al hombre, con los ojos llenos de lágrimas. —Es todo lo que me queda en el mundo. Desde que mi hermano desapareció, George ha sido mi compañero y...

—¡Ya basta! —El gordo miró nervioso a Aria. —¡No hace falta discutir! Podéis entrar al chucho si hacéis que esté quieto y callado.

—¡Muchas gracias, señor! —La sonrisa de Aria apareció de nuevo.

Para sorpresa de Nick, Crawford se sonrojó y una ligera sonrisa replegó su gruesa cara.

—Bueno, no hace falta que os pongáis así. No soy un hombre malo, lo que espero que recordéis cuando llevéis de vuelta a vuestro hermano a casa.

—Crawford —dijo una áspera voz femenina desde el interior. —Hazlos entrar y deja de parlotear.

Las rojas mejillas del hombre se oscurecieron.

—Sí, sí, perdón, Lila, querida. Pero tengo buenas noticias: tienen el dinero.

—¿De verdad? ¿Lo has visto?

El gordo lanzó una risita nerviosa y se apartó de la puerta.

—¡Pasad, pasad! Tenemos que darnos prisa.

Nick cuadró los hombros y siguió a Aria dentro de la habitación.

«Por favor, que todo vaya bien —rezó. —Aunque sólo sea por esta vez. Por Aria.»

Crawford miró al corredor, como para asegurarse de que no había nadie más con ellos, y luego los siguió al interior de la habitación. Era sorprendentemente espaciosa, con una gran cama desvencijada en un rincón, una mesa y algunas sillas rotas ante una chimenea vacía. Una mujer desaseadamente vestida estaba sentada en una de las sillas; el desaliñado vestido rojo y el descolorido pelo castaño constituían una decoración adecuada para su duro rostro.

Pero la pistola que estaba en la mesa ante ella fue lo que llamó la atención de Nick. Alzó las manos.

—No vamos armados.

—Más vale así —repuso Lila desdeñosamente. —O Markham recibirá una bala entre los ojos. —

Hizo un gesto hacia la cama, y a Nick le costó un momento ver de quién estaba hablando.

En el rincón más alejado de la cama, casi invisible desde donde se hallaban, se encontraba Alex.

Estaba tumbado inmóvil, con el rostro blanco y manchado.

—¡Alex! —Aria se apresuró a ir a su lado; George la siguió.

Nick agarró a Crawford por el cuello y lo estrelló contra la pared antes de que el hombre pudiera ni tragar.

—Si mi amigo no puede ponerse en pie y caminar, te arrancaré el pellejo. Centímetro a centímetro.

La boca de Crawford se abrió y se cerró; tenía los ojos tan abiertos que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Las comisuras de la boca se le llenaron de saliva.

—Tranquilo —dijo Lila. —No me importa que le des unos cuantos golpes, pero si no le dejas respirar, se lo hará encima y entonces ¿qué?

—¿Cómo está Alex? —preguntó Nick a Aria.

—Está vivo —contestó. —Necesito agua.

Lentamente, Nick fue soltando a Crawford, que se tambaleó hasta la mesa.

—¡Aquí tenéis! —Tomó un vaso y se lo llevó a Aria, con el rostro aún enrojecido. —He intentado cuidarle lo mejor que he podido...

—¡Pero si lo has mimado! —exclamó Lila, curvando los gruesos labios. —Incluso lo arropaba con una manta todas las noches.

Aria no hizo ningún comentario. Estaba demasiado ocupada hablando a Alex, con la voz cargada de emoción.

—¿Qué es lo que le hace dormir? ¿Láudano? —preguntó Nick.

—Sólo un traguito por la noche y luego otro por la mañana —contestó Crawford.

Lila resopló.

—Basta de charla. ¿Dónde está el dinero? —Se frotó la nariz con el dorso de la mano. —Es una suerte que hayáis venido ahora. Nos estábamos cansando de cuidar al idiota. No soy ninguna enfermera, ¿sabéis? 

Nick tenía claro lo que era Lila, pero no dijo nada. En vez de eso, lanzó una mirada a Aria, que estaba aguantando un vaso para que bebiera Alex.

—¿Puede andar?

—No lo sé —respondió Aria con los ojos empañados por las lágrimas. Le lanzó una dura mirada a Crawford. —Está tan delgado. ¿No lo alimentaban?

Crawford extendió las manos.

—¡Eh! Lo hice lo mejor que pude. Ese tipo raro sólo me dio dinero suficiente para vivir dos semanas y yo no...

—¿Tipo? ¿Qué tipo? —preguntó Nick, frunciendo las cejas.

Crawford se mordió los labios, y Lila lanzó un despectivo resoplido.

—Vamos, cuéntaselo todo, ¿no? —dijo sarcásticamente.

El gordo meneó la cabeza.

—Lo siento. Digamos simplemente que Lila y yo hicimos lo que pudimos.

Aria ayudó a su hermano a ponerse en pie. Alex era tan alto como Nick, pero tenía el color claro de Aria.

La joven había usado su falda para limpiarle el rostro, aunque Nick vio que lo tenía cubierto por una barba dorada y enmarañada.

—Nick —consiguió pronunciar, intentando sonreír con unos labios resecos y cortados. —Sabía que vendrías.

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora