Capítulo XXXIX

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Aria se hallaba en la cubierta del Princesa de los Mares, con George a sus pies como un charco de cálido pelaje. El cielo nocturno brillaba intensamente; ninguna nube ocultaba el parpadeo de las estrellas en lo alto. Las olas lamían tranquilamente el casco, balanceando el barco hacia el muelle con un suave golpeteo. Y en algún sitio cercano, Alex estaba esperando, quizá perdiendo la esperanza de que alguien acudiera a rescatarlo.

Ella y Nick tenían una sola cosa a su favor: los raptores no sabían que los jóvenes habían perdido el oro. Era lo único que mantenía vivo a Alex. Pero en cuanto se reunieran y los raptores exigieran el pago...

Aria alzó el rostro hacia el cielo y rezó fervientemente. «Por favor, permite que Alex esté a salvo.»

—Es una hermosa noche, ¿verdad? —dijo una voz profunda.

Aria se volvió y encontró a Nick a su espalda. El joven acababa de salir del baño; aún tenía el pelo mojado, y los rizos le caían sobre el cuello; la camisa se le pegaba a la húmeda piel.

Aria se había bañado horas antes, para intentar deshacerse de parte de la desesperación que la invadía desde que los piratas les habían robado el oro. Pero tener a Nick junto a ella le hacía creer que las cosas saldrían bien. 

Aria miró hacia lo alto de las jarcias, que se balanceaban lentamente, y recordó cómo Nick la había ayudado a bajar cuando se quedó inmovilizada.

—Creo que sé por qué amas este barco. —Puso las manos sobre la borda y se inclinó hacia atrás, permitiendo que la fría brisa le azotara el pelo y le agitara las faldas. —Te hace sentir libre.

—Sí, es cierto. —Nick acortó el espacio que los separaba, empujando a George con el pie. — Muévete, chucho.

George meneó la cola pero no se movió. 

—George —dijo Aria. —Ya le has oído. Ahora muévete.

El perro rodó sobre el lomo, pidiendo que le rascaran la barriga.

Aria lanzó un suspiro exasperado antes de inclinarse y rascarle.

—Ya vale. Ahora ve a tumbarte en algún otro sitio. —Esta vez, lo empujó.

El perro se enderezó, jadeando tan fuerte que parecía tener una gran sonrisa en su peludo rostro.

Sacudió la cola, luego se apartó unos metros y volvió a dejarse caer en su posición habitual.

Nick sacudió la cabeza.

—¿Alguna vez hace lo que le dices?

—Nunca. Cuando era un cachorro, pensaba que mejoraría al llegar a adulto. Bueno, pues ya es adulto, y hace lo mismo que entonces.

Durante un instante miraron al perro, y Aria intentó desesperadamente pensar en algo más que decir. Notaba la tensión en el aire, como si Nick estuviera tan nervioso como ella. 

Nick alzó la mirada hacia los oscilantes mástiles y su hombro rozó el de la joven.

—Es curioso cómo llegas a amar un lugar o una cosa. El Princesa de los Mares no es un simple barco. Es mi hogar.

Aria lo miró con curiosidad, fijándose en la sombra que las pestañas le proyectaban sobre las mejillas.

—¿Quieres vivir toda tu vida a bordo de un barco?

—No lo sé. Quizá desee un hogar. Una familia. —Le sonrió. —¿Y tú?

—No sé. Es extraño, pero siempre he pensado que tú querrías esto... —Hizo un gesto hacia el barco. —Vivir libre y sin ataduras.

—Ya he vivido libre y sin ataduras —repuso él sin darle mucha importancia. —Aunque puede ser muy excitante, también puedes llegar a sentirte muy solo.

—¿Solo? ¿Con toda la tripulación alrededor? —Aria no se podía imaginar cómo sentirse sola en un barco.

—Cuando eres el capitán, no puedes permitirte el lujo de hacer amistad con la tripulación.

Eso era cierto. Y pensándolo bien, Aria se dio cuenta de que, excepto con Smythe, nunca había visto a Nick charlando con los hombres.

—Hay uno o dos con los que puedes hablar, que están más unidos a ti.

—Smythe. Fue el segundo de a bordo de mi padre y debería haber estado con él cuando... — Nick hizo una pausa. —Smythe tuvo un ataque de fiebres justo antes de que el barco zarpara. Creo que siempre se ha preguntado si las cosas habrían sido diferentes de estar él a bordo. 

Aria supo que hablaba del último viaje de su padre. Anhelaba reconfortarlo, aliviarle la pena de alguna manera.

—Tengo que darte las gracias.

Nick pareció relajarse, pero se encogió de hombros.

—Hemos perdido el dinero, Aria. Debería haber sabido...

—¿Cómo podías suponer que, de todo el mundo, iba a ser DeGardineau quien apareciera? Ni tú ni yo nos lo esperábamos. Pero has hecho mucho por mí. Y también por Alex. No creo que nadie más hubiera podido ayudarme así.

La sonrisa de Nick se perdió en las sombras. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Te equivocas. Habrías hecho lo mismo por mí o por cualquiera que tuviera problemas.

—Quizá —dijo Aria, aunque se dio cuenta de que por él habría hecho eso y mucho más.

—Aria, si hay algo que sé, es valorar a los verdaderos amigos. A veces es lo único que tienes.

Su voz era profunda y suave. Aria puso la mano sobre la de él, con el corazón apesadumbrado. Quizá fuera la tensión del día, o el descubrir que, de una forma u otra, su aventura estaba llegando a su fin. O tal vez sólo fuera que él estaba frente a ella, que sentía el calor de su mano bajo la suya y que se encontraba tan a gusto. Fuera lo que fuese, Aria se oyó decir:

—Nick, me... me importas. Mucho. —Contuvo el aliento, esperando.

El joven no dijo nada durante un largo rato. Luego suspiró. 

—Aria, tú también me importas. —El corazón de Aria dio un salto, pero antes de que pudiera decir nada, Nick continuó: —Cuando estaba completamente hundido, Alex me dio otra oportunidad. En cierto modo, tú y Alex sois ahora mi familia. Mi familia.

Aria sintió que la invadía una oleada de decepción. Esperaba algo más.

—Ya veo —consiguió decir. Pasado un momento, volvió el rostro hacia otro lado, repentinamente ansiosa por cambiar de tema. —Cuando Alex esté de vuelta, tendremos que buscar a DeGardineau. Debemos limpiar el nombre de tu padre.

—Lo encontraré. No descansaré hasta hacerlo. Enviaré a todos los hombres de los que pueda prescindir a que busquen por la costa en ambas direcciones.

—Es un canalla.

—Y peor. Pero no temas, lo encontraré —repitió Nick. —Y tendrá que deshacer todo el mal que ha hecho.

—¿Por qué es tan importante para ti? Tu padre ha muerto; ya no le puede herir.

—Porque hiere a mi madre. No se merece más dolor del que ya ha soportado.

Aria asintió en silencio. Nick perseguiría a DeGardineau aunque eso significara ponerse en peligro. Durante la mayor parte de su vida, Aria había tenido la vaga convicción de que, de alguna manera, la gente buena siempre ganaba. Era una creencia ingenua, lo acababa de descubrir. Estaba empezando a entender que a veces no se trataba de quién tenía razón y quién estaba equivocado, sino de quién estaba dispuesto a sacrificar más.

Existía la posibilidad de que no fueran capaces de rescatar a Alex. También era posible que Nick saliera en busca de DeGardineau y nunca regresara. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

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Felizmente les anunció que la novela está llegando a su fin, si no me equivoco, quedarán cerca de siete capítulos o menos. Disfruten lo que queda♡

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora