La historia de dos gotas de agua enamoradas

325 15 13
                                    

No debemos enamorarnos porque no serviría de nada. Yo me enamoré, y esta es mi historia:


Un nuevo día comienza. Siempre esperamos al Sol para ir a trabajar. Es algo como una especie de taxi-ascensor.

El Sol se asoma por el horizonte y las primeras gotas afortunadas suben hasta que se las pierde de vista. Pasan unas horas y ya es mediodía. Por fin puedo subir. En el ascenso vemos a vecinos, amigos y familiares de nuestros padres, junto con otros gases que les visitan.

Subimos mucho y cada vez más. Observo el paisaje que a veces cambia. Hoy puedo observar una playa de arena blanquecina rodeada de acantilados, un bosque los cubre. En medio del bosque veo un lago rodeado a su vez de gigantescas montañas.

Siento un ligero hormigueo y nuestros cuerpos empiezan a cambiar. Noto como me voy juntando, como si fuéramos imanes, con otras gotas. Intento mantenerme lo más abajo posible, para poder observar mejor la superficie terrestre. Y consigo colocarme entre dos gotas. Miro a mi izquierda y, así, tal cual, me enamoro a primera vista.

Todas las gotas parecemos iguales, pero no lo somos. Algunas somos hembras porque sí, y otras son machos porque sí. Cada una tenemos un carácter, aunque es normal que muchas coincidamos en algo ya que somos una gran comunidad.

La gota de mi izquierda me observa con interés, y yo le digo:

"Hola, soy la gota número 96.583.450.021.345 de esta región, pero puedes llamarme Cristal. Es la vez número sesenta que hago el mismo viaje, pero siempre lo he hecho sola. ¿Querrías acompañarme en este?"

La gota de mi izquierda no dice nada, pero asiente.

"¿No puedes hablar?". Pregunto.

La gota sacude su cuerpo. Siento pena por él, pero pocos somos los que hablamos el idioma mundano. Al menos me entendía.

Nos juntamos más y esperamos nuestra parada. El tiempo pasa y, poco a poco nos acercamos a nuestro destino: las montañas.

Estamos justo encima de las montañas, y algunas caen, precipitándose hacia la superficie terrestre. En esta fase podemos transformarnos en diferentes estados:

El primero es la lluvia: un conjunto de gotas jóvenes que caen gritando juguetonamente y que cantan, cada uno una nota, cuando chocan contra el suelo.

El segundo estado es la nieve: son todas aquellas gotas más fuertes que consiguen llegar hasta las cumbres de las montañas y caen con un paracaídas helado, que es una extensión de nuestro cuerpo. Caen lentamente para poder admirar el paisaje. Suelen ser las gotas en "edad" adulta.

El último estado es el estado nube. Son aquellos, mayoritariamente viejos que se han cansado del mismo paisaje y quieren probar suerte transportándose con el viento.

Vuelvo a sentir cosquilleos y le pregunto a la gota de mi izquierda si él también los siente. Me gesticula que sí y nos preparamos para el descenso.

Sentimos un tirón y empezamos a caer con fuerza hacia el pequeño arroyo que antes no había podido identificar. Caemos con un fuerte "chof" para nosotros, pero un leve sonido para el oído humano. Busco a mi amigo entre la multitud que siempre me rodea y le encuentro.

Oigo murmullos de gotas que tenían amigos que han tenido suerte y han caído entre árboles para servirles. Nunca me ha pasado eso. Ni quiero que me pase. Me encuentro a gusto viajando y descubriendo lugares y gente nueva. Lo malo de viajar es que puedes encontrarte con gotas negras o, cómo las llaman los mundanos, gotas contaminadas. Están contaminadas porque nacieron de aire impuramente contaminado y, a causa de eso, se suelen meter con nosotras las gotas "puras".

Seguimos la corriente del pequeño riachuelo hasta su desembocadura en uno un poco más grande. Nos apretujamos cada vez más para dejar sitio. Bueno, no. Las otras se juntan para dejarnos sitio a las que venimos del arroyo. Seguimos circulando y llegamos a un embalse. Odio los embalses. Son atascos casi interminables. Solo hay tres maneras de avanzar: o bien esperas pacientemente, o intentas colarte, o bien esperas al ascensor.

Decido que intentaré colarme. Voy pasando, poco a poco y con mucho esfuerzo, a través de las filas de gotas. Mi amigo me sigue muy de cerca por detrás de mí. Llegamos, días más tarde hasta las compuertas de la presa y nos quedamos esperando. Le hago preguntas a mi amigo intentando averiguar si tiene nombre o amigos o qué número tiene. Pero descubro que el número es difícil de averiguar, por lo que supongo es de los iniciados; que no tiene amigos (el único que tiene soy yo) y que tampoco tiene un nombre ni apodo. Le pregunto si quiere que le llame de alguna manera y hace un gesto de asentimiento. Pienso detenidamente un nombre y decido llamarle Blor. Se lo digo y me asiente entusiasmado.

Momentos más tarde se abren las compuertas y somos arrastrados por una marea de gotas. Caemos durante un tiempo que me parece una eternidad y, por fin, chocamos con el fondo. Durante la caída, unas máquinas que solo humanos pueden fabricar, consiguieron energía gracias a nuestra fuerza de caída.

Seguimos río abajo, cada vez más lentamente, cruzando pueblos y ciudades. Blor y yo observamos el paisaje, fascinados. Yo ya había pasado por aquí un par de veces, pero no me acordaba porque normalmente descendía en forma de copo, no de lluvia.

De repente nos volvemos a detener. Estamos estancados en un laguito pequeño con fango por los bordes. Trozos de arena se acercan alrededor y empiezan a llevarse a gotas de agua pura. Blor y yo nos miramos escandalizados e intentamos huir hacia el centro. Pero no lo conseguimos. Un grano de arena me coge por detrás y tira de mí en dirección contraria de donde se encuentra Blor.

"¡Blor, ayuda!". Grito, asustada.

Mi amigo se acerca con dificultad y, juntos, nos fusionamos para alejar al grano de arena. Lo logramos, pero no nos confiamos y seguimos esquivando gotas para situarnos lo más al centro posible. Como íbamos en diagonal, y no me había dado cuenta antes, somos arrastrados de nuevo por la corriente y seguimos avanzando por el río.

Pasan muchos días y algunos compañeros de viaje van ascendiendo otra vez para ir a trabajar de nuevo. Nuestro trabajo consiste en llevar desechos orgánicos hasta la desembocadura de los ríos con el mar u océano. También, si tienes suerte, puedes acabar sirviendo a un vegetal o explorar el interior de algún animal o humano.

Tiempo después llegamos a nuestro destino: al hogar, dulce hogar. Pero que hogar. Lleno de gotas que compartimos el mismo terreno y los mismos sueños.

Blor y yo nos instalamos en un huequecito tranquilo dentro del mar. Las gotas no podemos tener hijos, pero tenemos sentimientos y algún día esperamos formar una pequeña familia.

. . .

La noche pasa y el amanecer llega. Será la primera vez que mis niños, Blor y yo vayamos juntos en una nueva aventura. Y, o bien nos quedamos por el camino, o bien regresaremos de nuevo.

FIN

Popurrí de pensamientos, sentimientos y poemas que mejor no leer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora