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    Hay una extraña que pasea por mi casa. Se cree la dueña y señora de donde vive. Canta y se ducha sin pudor. Come y a veces cocina sin saber que hay otra persona junto a ella.

    Hay una extraña en mi casa. Se parece a mí pero no soy yo. La conocía pero ya no.

    Una extraña que vive en mi casa que me ha olvidado. Ha borrado de su mente los juegos y las burlas. Los ha sustituído por enfados y decepciones. Siento que la he decepcionado.

    La extraña de mi casa hay veces —pocas— que me habla y esas veces —pocas— que lo hace, son insultos, puñaladas, que calan en mí y me hacen sentir que valgo para nada.

    Hay una extraña en mi casa que odia que la llame hermana.

    Para ella no soy más que una persona idiota y chiflada que duerme en la habitación de al lado. No soy más que un pasado perdido. Soy su presente molesto, su futuro escrito. Me odia por lo que represento. Quien diga que me quiere, miente. Como ella me miente a mí. Como ella que miente para esconderse y para no dejarse encontrar. Me odia. Me odia. Me odia.

    Esa extraña que conocía pero que ya no, me hace preguntar qué he hecho mal. Solo he sido lo que se supone que debía ser, ¿no?

    Esa extraña se supone que debería robarme la ropa. Se supone que debería molestarme con mimos. Pedirme ayuda con sus problemas. Ayuda. Ayuda. Ayuda. AYUDA.

    Pero no me pide nada porque soy solo un borrón de su pasado. Soy las charlas en la noche sobre clase, compañeros y juegos; soy eso que ha decidido no recordar. Soy... ¿qué más soy aparte de una molestia? Su obstáculo para conseguir lo que quiere. Soy el modelo que piensa que debe seguir. Nada más lejos de la realidad, no lo soy pero me odia. Me odia. Me odia. Me odio.

    Soy un moco que no quiere salir de su nariz. Soy el guerrero de armadura rota que la protege pero que no recibe el beso de recompensa. Soy la coprotagonista de su historia, esa de la que se olvidan lo importante que es porque se centran en la protagonista y nada más. Soy la madre pesada que busca lo mejor para sus hijos. Soy la profesora que quiere que todos aprueben. Soy la luz que parpadea sin parar porque quiere ser cambiada. Soy un lienzo en blanco esperando convertirse en obra maestra. Un borrador que desea ser leído. Pero por una persona. Por una extraña que, por asco y repulsión, tirará las hojas al fuego porque estorban.

    Sí, hay una extraña que vive en mi casa, en la habitación de al lado, que odia que la llame hermana.

    No me habla a menos que sea estrictamente necesario. Si lo hace, es con una voz de resignación, de asco, de no hay remedio. De pena. No existen mis preguntas. No existen mis peticiones. Para ella, yo no existo.

    ¿Dónde quedó tu compañera de videojuegos? ¿Dónde quedó tu rival en las carreras? ¿Tu oponente en las cartas? ¿Tu confidente de las diez de las noche? ¿Tu rebelde que desafiaba a los padres solo para hablar un poco más? ¿Tu proveedora de pañuelos? ¿Tu defensora oficial?

    No lo sé. Dímelo tú.

    Un extraña que vive en mi casa que por no contarme, no me cuenta ni los granos de la cara. Por no contarme no me cuenta ni los chistes malos. O las cuarenta. O su vida.

    Cuando ahora estoy junto a ella lo único que consigue es que se me agote la energía. Cada vez que me mira, discutimos. Si intento hacerla entrar en razón, o me ignora o me responde de una manera tan cortante y fría que siento que he muerto. Lo único que puedo hacer es esperar. Esperar a que todo pase. No derramar lágrimas en algo que no merece la pena. Esperar y no llorar. Me da miedo decirlo, siento que la he perdido. Siento que me ha perdido.

    Esa extraña de mi casa se ha convertido en una extraña de verdad.

   

    2|12|2018   23:00

Popurrí de pensamientos, sentimientos y poemas que mejor no leer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora