Historia de los dedos de una mano

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   En una mano somos cinco dedos. No siempre estamos de acuerdo, pero tenemos que obedecer a nuestro jefe, el cerebro. Como los humanos están a otras cosas, no oyen nuestras discusiones y diálogos, tampoco son conscientes de lo que sufrimos todos los días. Esta es nuestra historia; una pequeña historia de los cinco dedos de la mano izquierda de una chica de catorce años que asiste al instituto. Y yo soy el dedo meñique.

    -Estoy agotado- dice el dedo índice.

    -Tú y todos, Índice-responde el dedo corazón.

    Es por la noche y estábamos descansando encima de una almohada, mientras esperábamos a que nuestra "dueña" se moviera mientras dormía, obedeciendo las órdenes del cerebro. El dedo corazón es el dedo más mandón, y dice que, como está en el medio y es el más alto, tiene derecho a más poder que el resto. Pero lo cierto es que el índice y a veces el anular están de acuerdo. El pobre dedo gordo carga con todas las culpas que el dedo corazón dice que tiene y sólo yo le apoyo.

    -Ya lo sé, pero al menos tú no has tenido que estirarte mucho tiempo durante una clase de historia- replicó Índice.

    -Y no habéis tenido que sujetar el lápiz seis horas más las otras horas en casa haciendo los deberes-dijo el dedo gordo.

    -Tú siempre haciéndote la víctima, Gordo.- Corazón siempre dice eso cuando Gordo se queja.

   Y es en ese momento en el que interrumpo yo.

    -Y tú siempre haciéndote el mejor.

    -Lo soy-responde.

    -Cuidado con tu ego, compañero.

   La mayoría de las noches son así, todos quejándose y diciendo barbaridades. Son así todos menos en la que la chica juega a voleibol o al ordenador, que estamos tan cansados que no podemos ni quejarnos. La joven se mueve y nos juntamos con la mano derecha. Los de la derecha protestan menos, porque la joven es zurda y ellos no tienen que pasar por todo lo que nosotros pasamos.

   Nos saludamos todos amistosamente. El dedo corazón derecho es mucho más simpático que el izquierdo, pero el dedo índice derecho es de ellos el peor. Es incluso peor que nuestro corazón. No respeta absolutamente NINGUNA opinión de los de su grupo, ni siquiera respeta a corazón izquierdo. Me compadezco de los compañeros derechos. Charlamos un rato todos, cada uno con quien quiere hasta que la joven se vuelve a mover y nos pone debajo de la almohada.

    -Uf esto es un asfixio- se queja Anular. Anular es claustrofóbico. El resto no tenemos miedo a lo cerrado.

    -Te aguantas, amigo-digo amistosamente.

   Todos descansamos. La chica no se mueve apenas casi, y eso nos deja descansar mucho.

   Al día siguiente, apartamos las sábanas y nos metemos en la ducha. Nos refrescamos entre agua y jabón y salimos. Nos secamos con la toalla y ayudamos al resto del cuerpo secarse. Nuestra chica no hace cosas guarras, así que no sé (ni quiero saberlo) cómo se sienten aquellos dedos que so metidos por la nariz. Solo de pensarlo me da asco. Desayuna y tocamos bizcocho y un vaso de leche. Cogemos la mochila y la echamos sobre los hombros. Abrimos la puerta y caminamos hacia el instituto. En el camino nos encontramos con una amiga de la chica y se dan de la mano. Nos estrechamos con los dedos de la mano derecha de la otra joven, como muchos otros días.

   Llegamos al instituto y nos sentamos en la mesa después de dejar la mochila en el suelo. Nuestra chica se pasa los dedos por su pelo moreno y se aparta con el índice una legaña que se había quedado pegada en su párpado.

    -¡Qué asco!- grito índice.

   Todos reímos. Pronto llega el profe y la clase empieza. La chica responde cuando la llaman. También levanta la mano, indicando que sabe la respuesta. A veces la dicen que responda, otras, no. Mucho tiempo más tarde, suena la tercera sirena y todos lanzamos un suspiro, tanto dedos como bocas. Un descanso de escribir y sujetar lápices y bolígrafos.

   La chica coge su bocadillo y su zumo y sale por la puerta con sus amigos. Se sientan en una escalera y tenemos que apartar las hojas acumuladas en los escalones. Abrimos el papel que recubre el bocadillo que es de tortilla y el envoltorio de la pajita del zumo de naranja.

   Cuando acaban de tomarse su merienda, nuestra chica hace una trenza a su amiga. Suena la sirena y todos volvemos dentro a la clase. Pasamos otra vez la parte de coge el lápiz y el bolígrafo y escribe o coge la goma y el tipex y borra lo anteriormente escrito. Suena el final de la jornada escolar y guardamos los libros y cuadernos en la mochila, que colgamos de nuevo a nuestros hombros. Nos despedimos de los amigos con una sacudida de mano y nos dirigimos a casa. Llamamos al timbre de casa y su madre nos abre la puerta. La da un beso y se dirige al baño. Abrimos el grifo y nos volvemos a mojar mezclados con agua y jabón de pastilla.

   A continuación cogemos la cuchara y la dirigimos hacia la boca de nuestra chica. Cuando acabamos la sopa, nos llega el pescado. Acercamos el vaso a los labios de la joven y lo inclinamos para que beba. Sujetamos la servilleta para que se limpie. Recogemos la mesa y se sienta en el sofá. Cierra los ojos y se duerme.

   Charlamos sin que Corazón diga nada metiéndose con nadie y, pasado un rato, la chica se despierta. Son las seis, y tenemos que coger las partituras. Abrimos la puerta y la sujetamos hasta que su madre pasa. Abrimos otra puerta, pero esta vez es la del coche. La chica va ojeando las partituras mientras nosotros las pasamos una tras otra. Al final llegamos y saludamos al profesor.

   Se sienta en la silla y levanta la tapa. Empezamos pulsando algunas notas y pronto floto entre las teclas junto con mis compañeros y creamos una melodía que, aunque no puedo oír, puedo sentir.

   Una hora más tarde bajamos la tapa y guardamos las partituras. Nos recoge su madre y su hija nos posa sobre sus rodillas. Ninguno de nosotros tiene ganas de hablar, todos los jueves son agotadores. Cogemos la llave de la casa y la metemos en la cerradura. Yo odio el olor a óxido de las monedas y llaves, pero aún lo odian más el índice, pulgar y corazón.

   Cogemos otro trozo de pan con lomo y queso en su interior y lo acercamos a la boca de la joven.

   Más tarde se levanta de la silla y se dirige al baño. Sé lo que viene ahora. El cepillo de dientes azul oscuro se desliza por los dientes blancos mientras nosotros lo hacemos mover. Al acabar se sienta en el sofá y se pone a ver una película. Durante la película ella se seca algunas lagrimillas con índice.

   Se acaba la película. Se dirige a la cama. Abrimos las mantas y ella se mete entre las sábanas. Adopta una postura con las manos debajo de la almohada.

   Me doy cuenta de que no ha hecho los deberes. También de que nadie ha dicho mucho en todo el día. Estamos agotados. Así son todos, más o menos, los días que trabajamos, que son todos, a todo momento.

. . .

   La joven se hizo mayor. Y nosotros con ella. Los dedos de la mano izquierda ya casi no discutimos. Solo de vez en cuando nos reímos de las tonterías que decíamos en el pasado. El dedo corazón derecho sigue siendo igual de maleducado, pero a sus compañeros no les molesta y, cuando dice algo molesto, ellos le ignoran.

   Ahora trabajamos muy duro. Nuestra chica es pianista profesional. Tiene un novio muy bueno y todos los dedos nos llevamos muy bien. Pensar esto me hace feliz. No he tocado ningún moquete en el transcurso de la vida y, en lo que respecta al futuro tampoco quiero. Ahogo una risita, ya que todos están descansando.

   Los dedos llevamos una vida dura. Dura, pero feliz y productiva.

FIN

Popurrí de pensamientos, sentimientos y poemas que mejor no leer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora