16: Un desierto sin ti

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Jorge estaba sentado detrás de la pantalla de un ordenador. Al cerrar Clara la puerta tras de sí, se levantó y le sonrió.

—Clara —dijo—. ¡Qué agradable sorpresa!

El tenía los botones superiores de la camisa desabrochados y ella pudo ver su garganta. Invadida por la lujuria, recordó cómo había besado apasionadamente aquella parte de su piel.

Darse cuenta de que todavía lo deseaba la enfureció.

—Acabo de descubrir que has apoyado mi candidatura a entrar a la escuela de arte mediante una cuantiosa donación. ¿Cómo te atreves a entrometerte en mi vida?

La esperanza que había albergado Jorge  de que ella hubiera ido allí para retomar su romance murió.

Furioso consigo mismo, habló con frialdad.

—Ya les había donado dinero antes. Tú no eres el centro del universo.

—Uno de los profesores me habló de la donación y lo relacionó con mi admisión. Así que ahora nunca sabré si hubiera conseguido entrar única y exclusivamente por mi talento.

—Claro que lo hubieras hecho. ¿En una escuela con tal reputación? Yo podría haber donado millones, pero si tú fueras una artista patética te habrían rechazado.

—¡No tenías derecho a respaldarme después de la manera en la que me trataste! Todavía no puedo creer que quisieras que fuera a un estúpido baile cuando mi hermano estaba en el hospital. Ni siquiera trataste de comprender.

—Le dieron el alta en menos de veinticuatro horas —dijo Jorge
imprudentemente.

—¿Cómo sabes cuándo le dieron el alta?

—Sólo tuve que realizar una llamada telefónica.

—¿Has realizado más llamadas telefónicas relacionadas conmigo?

—Descubrí que habías vendido la casa.

—Por lo menos sé que no la compraste tú… obtuve muy poco por ella
—dijo Clara, ruborizada.

Jorge la miró y pensó que todavía la deseaba. La deseaba ardientemente.

—Así que… —dijo ella, furiosa— me sustituiste en la cama en cuanto me marché y después me acechas con llamadas telefónicas. Eso se llama acoso, Jorge. ¿No está esa palabra en tu vocabulario?

—Todavía tengo que sustituirte en mi cama —dijo él con total exactitud.

—Tú… ¿qué has dicho?

—Lo que has oído. Supongo que viste aquella fotografía de Mariana conmigo en las páginas de sociedad, ¿no es así?

—Por supuesto que la vi —dijo Clara, enfurecida—. Parecía que ella estaba deseando desnudarte… y tú la estabas sonriendo como si fuese lo mejor que te ha pasado en la vida.

—Aquella noche estaba muy confundido, Clara. Ni siquiera vi al fotógrafo. Sí, Mariana y yo salimos durante un par de meses el año pasado. Pero ya se ha acabado y no retomaremos nuestra relación. No me
he acostado con nadie desde que tú te fuiste —se sinceró Jorge, mirándola a los ojos—. No te lo puedo demostrar, pero es verdad.

—Ya veo —dijo Clara.

—Hice una lista cuyo encabezamiento decía «Dejar de tener citas».
Cada mujer con la que salí, o me aburría demasiado o me irritaba.

—Pero tú no estabas simplemente irritado conmigo la noche que me marché. Estabas furioso.

—Mi madre rompió cada una de las promesas que me hizo —dijo él, pensando que ella se merecía saber la verdad—. Como resultado, el cumplimiento de las promesas es extremadamente importante para mí.

La comprensión se reflejó en la cara de Clara y él prosiguió.

—Pero más allá de ello, me estaba involucrando demasiado contigo.
Estaba rompiendo mis propias reglas.

—Tú querías sexo, no intimidad.

—Cuando tu hermano telefoneó, me dio la excusa perfecta para finalizar nuestra aventura. Así que insistí en que mantuvieras una promesa cuya importancia tú no comprendías y te forcé a que eligieras entre Gael y yo.

—Jugaste sucio.

—Tú dijiste que querías libertad.

—Así es… Tienes razón. Y todavía la quiero —dijo ella—. Alguien como yo no entraba dentro de tu juego.

—Todavía sigue siendo así.

—Así que me diste la espalda como si no existiera —dijo Clara con el dolor reflejado en la voz.

—No había compromisos. Ése fue el acuerdo.

—¿Entonces por qué apoyaste mi candidatura para la escuela de arte? —bufó ella.

—Después de que tú te marcharas, hablé con Rico. Él estaba muy entusiasmado sobre tu talento y me dijo que era esencial que entraras en la mejor escuela. No estaba seguro de que con sólo su nombre bastaría ya que se le conoce mejor en Europa que aquí. Así que él me dijo que si yo pudiera influir un poco sería estupendo —explicó Jorge, encogiéndose de hombros—. Confío completamente en su opinión. Y entregué a la escuela el dinero que obtuve por la venta de la residencia
Correa.

—¿Aquella espantosa casa? —dijo Clara.

Jorge se acercó a ella y pudo oler la fragancia floral de su perfume.

—Parece cosa del destino que el lugar en el que nos conocimos te dé algo que siempre has querido… la escuela de arte —Jorge vaciló—. Quizá esto suene arrogante, pero ni siquiera tengo que preguntarte si me has
sustituido en tu cama. Tú no harías eso rápido ni casualmente.

—En realidad… —dijo ella— mientras vendía la ropa deportiva de mis hermanos, mientras limpiaba la casa de arriba abajo, mientras negociaba con la inmobiliaria y mientras encontraba un apartamento en Buenos Aires que no me arruinara en una semana, tuve varias orgías que duraron toda la noche.

—No lo creo —dijo Jorge, cuya sonrisa se borró de su cara—. No estoy seguro de poder mantener mis manos alejadas de ti.

Entonces la abrazó.

Clara pensó que estar en sus brazos de nuevo era como estar en el cielo.
Le hervía la sangre en las venas y se estaba
derritiendo por dentro. Cuando Jorge la besó, gimió profundamente.
Consumida por él, le acarició la boca con la lengua.

Apretándola contra su erección, Jorge le mordisqueó el labio inferior.

—Mi cama ha sido como un desierto sin ti —dijo con la voz quebrada

Ardiente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora