26: Enfado

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Una tarde de mayo, mientras Clara estaba de pie al lado de la ventana del salón, pensó que la libertad y la desesperación eran una mala
combinación.

Normalmente adoraba cada epoca del año, pero aquel año estaba demasiado triste como para apreciarlo. Había comenzado a pensar si había sido un sueño que él le había hecho el amor aquella noche después de volver de Kairos.
Pero la conclusión a la que había llegado había sido que él le había hecho el amor porque estaba falto de relaciones sexuales.
Desde entonces no había vuelto a acercarse a ella.
Se puso tensa al oír que él llegaba y la furia se apoderó de su cuerpo al verlo entrar al salón con un ramo de flores.

—Tulipanes. Debes echar de menos tu jardín en esta época del año — dijo él.

—Las puedes dejar en la cocina —espetó ella—. Más tarde las pondré
en un jarrón.

—¿Qué ocurre? —preguntó él, que había estado esperando aquel momento desde hacía tiempo.

—¿Estás seguro de que quieres saberlo?

—Cuéntame.

—He perdido mi tiempo y tu dinero comprando toallas rojas y alfombras persas. Pensé que si añadía un poco de color a este lugar podría convertirlo en un hogar. Pero tú nunca estás aquí, así que… ¿cómo va a ser nunca un hogar?

—Ahora estoy aquí.

—Durante las últimas tres semanas has estado fuera durante trece días, cuatro días has estado en la oficina hasta las nueve de la noche y pegado a la televisión el resto del tiempo… ¿a eso lo llamas estar en casa?

—No he estado mucho en casa a propósito —dijo él—. Tú eres una mujer inteligente; debes haberlo supuesto.

—No hemos ido al teatro ni a ningún concierto durante semanas. Te
avergüenzas de mí, ¿verdad? Es por eso que desapareces. No quieres que
te vean conmigo en público porque todo el mundo sabe que te atrapé para que te casaras conmigo.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó él sin comprender.

—En la fiesta, oí a Mariana y a algunas de sus amigas diciendo que yo había sido muy lista y que tú me ibas a tener que pagar una cuantiosa pensión alimenticia cuando decidieras que «una esposa y un mocoso» no son de tu gusto.

—Ten en cuenta quién dijo eso.

—Te he convertido en el centro de las risas del mundo financiero, Jorge. El brillante empresario embaucado por una mujer de campo.

Jorge se acercó a ella y la agarró de los hombros.

—Eso son estupideces y lo sabes. Hace mucho tiempo aprendí que cuando sobresales del paquete, el paquete hará todo lo posible para volver a meterte dentro. Así que yo me he puesto una coraza y he seguido adelante con mi vida. Parece que tú vas a tener que hacer lo mismo y realmente lo siento.

—Si no te avergüenzas de mí, ¿por qué no hemos asistido al Teatro o a ver la exposición de Mel?

—Porque no ha habido tiempo.

—Ésa no es una buena respuesta —dijo ella, apretando los puños.

—Te he estado ofreciendo tanta libertad como he podido —dijo él, irritado—. Tiempo para que lo pasaras con tus compañeros de escuela.
Tiempo para estudiar. Tiempo para pintar en tu nuevo estudio.

Ardiente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora