3: Cena Inesperada

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Al día siguiente, una vez que comenzó a anochecer, Jorge y Clara llevaron un par de cajas al coche de ella. Hacia muchisimo calor, estaban en pleno mes de enero. Una vez metieron las cajas
en el coche, él le abrió la puerta del conductor a ella.

—Gracias —dijo Clara, montándose en el automóvil.

Se le subió la falda inadvertidamente y se ruborizó. Jorge tuvo que admitir que tenía unas piernas admirables y contempló la posibilidad de quitarle las gafas, pero mantuvo las manos quietas.

—Mañana nos vemos —dijo.

Clara murmuró algo, arrancó el coche y se marchó. Él pensó que si había comenzado a tener fantasías sexuales con la anticuada y sin gracia señorita Anselmo había llegado el momento de regresar a la ciudad.

Quizá debía llevarse las cajas a su ático y analizar su contenido en los ratos libres. Si regresaba a Buenos Aires podría cenar en algun lado con alguien como Leticia o Mariana.
Ninguna de ellas tenía mal genio. No como Clara.

Regresó a las escaleras de entrada de la casa. Hasta aquel momento, Clara había encontrado el certificado de nacimiento de Teresa Correa y él la factura de la lujosa clínica en la que había nacido su madre. Pero eso era todo.

Había aprendido que Clara, aunque obtuviera el primer puesto en la lista de las mujeres peor vestidas de Argentina, sabía cómo trabajar.
Pero era poco comunicativa. Lo único que sabía de ella era que había vivido toda su vida en Mendoza. Y se había enterado porque se lo había preguntado.

Entró en la casa y se forzó en mirar una caja más. Pero repentinamente no pudo soportar estar a solas en casa de su abuela, una casa que ocultaba demasiados secretos…
Subió a la planta de arriba y se cambió de ropa. Se puso un jersey limpio, unos pantalones vaqueros y agarró las llaves de su coche.
Tres cuartos de hora después, Jorge salió del automóvil. Llevaba consigo una bolsa de papel marrón. La pequeña casa de Clara estaba
rodeada de matorrales con lilas y tejos. Se acercó a la puerta y llamó al timbre.

Oyó una canción de QUEEN. Volvió a llamar, pero entonces agarró el picaporte y se dio cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave.
La canción estaba terminando cuando abrió la puerta y entró. Las bisagras
hicieron mucho ruido.

Una mujer bajó corriendo por las escaleras. Cuando lo vio, se detuvo
en seco. Tenía el pelo rizado y unos brillantes ojos color Verde, así como una esbelta cintura y unas piernas que parecían no terminar nunca. Iba
vestida con unos pantalones vaqueros ajustados y una camisa color naranja que le marcaba los pechos. Se percató de que llevaba las uñas de los pies pintadas de morado.

Boquiabierto, vio que tenía la boca… tenía los labios pintados de naranja, unos labios carnosos…
La lujuria se apoderó de él, que habló con torpeza.

—Oh… estaba buscando a Clara Anselmo, pero debo haberme
equivocado de dirección. Siento haberla molestado…

—Muy gracioso —dijo la mujer con una sexy voz.

—¿Clara?

—¿Quién creías que era?

—Yo… hum… Te has cambiado de ropa —dijo él.

Clara se puso las manos en las caderas.

—No quiero más cajas y, si te has perdido, te puedo indicar la dirección que quieras —dijo fríamente.
Jorge pensó que ella olía muy bien.

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