20: Mantuvo su promesa

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Los tres hermanos de Clara llegaron en avión a la mañana siguiente, así que hasta por la noche Jorge y ella no tuvieron tiempo para estar a solas

Clara parecía frágil y cansada.

—¿Te han hecho muchas preguntas mis hermanos? —preguntó.

—Sí —dijo Jorge—. Y los admiro por ello. Te quieren mucho.

La verdad era que Daniel le había amenazado con pegarle una paliza si le hacía daño a su hermana, pero Clara no tenía por qué enterarse de ello.

—Supongo que tienes razón —dijo ella, suspirando profundamente—. Jorge, hay algo que tengo que decirte. Si tienes dudas… si has pensado mejor lo de la boda… no es demasiado tarde para anularla —entonces esbozó una fría sonrisa—. Sin importar lo que digan mis hermanos.

—No vamos a anularla —dijo él. Estaba muy tenso.

—Quiero que estés seguro de lo que vas a hacer. Las promesas que vamos a hacer mañana son muy importantes.

—Pero tenemos que hacerlo. Por el interés del niño.

—Es nuestro hijo —indicó ella, invadida por el dolor—. No es un bebé
anónimo.

—Me referiré a él como quiera —dijo Jorge, acercándose a la ventana más cercana.

—Nos estamos apresurando demasiado. Deberíamos esperar un poco.

—¿Para qué? Lo único que conseguirás será que el embarazo se note más.

—¡Estoy cambiando toda tu vida! —gritó ella—. No creas que no me
dé cuenta.

—Aquella primera noche que te llevé a la cama fui yo el que me metí en tu dormitorio. Si te hubiera dejado sola nada de esto habría pasado —dijo Jorge.

Clara se mordió el labio inferior para intentar dejar de temblar.

—No puedo soportar casarme con alguien que se siente forzado a hacerlo.

—Bonitos sentimientos, Clara… pero llegan demasiado tarde.

—Me educaron para que aprendiera a aceptar las consecuencias de mis actos, pero nunca pensé que tuviera que ir tan lejos… que tuviera que atraparme en un matrimonio sin amor. Jorge, ¿por qué no lo reconsideras?
Podrías darme una pequeña cantidad de dinero mensual en vez de ello.
Para ti no significaría nada, pero para mí supondría una gran diferencia.

—No —dijo él.

—¡Ni siquiera me estás escuchando! Podrías ver al niño cuando quisieras; jamás te negaría ese derecho. Pero, por favor, no me fuerces a un matrimonio que ninguno de los dos desea.

—No voy a ejercer de padre cada dos fines de semana —dijo Jorge
violentamente—. Quiero estar siempre junto a él o ella. No es tan complicado, no comprendo por qué no lo entiendes.

—Te arrepentirás de este matrimonio —dijo ella dolorosa pero sinceramente—. Ambos lo haremos. Bueno, los tres lo haremos.

—Simplemente asegúrate de aparecer mañana delante del cura… no vayas a dejarme plantado.

—¿Adonde podría ir? No tengo otra opción que asistir a la boda.

—He hecho que trajeran varios vestidos de novia .Concepción los ha puesto en tu habitación. Mañana, a la una de la tarde. En el patio —dijo él. Entonces miró su reloj—. Ya es hora de que vayamos con los demás para cenar.

Al día siguiente por la tarde, bajo un simple toldo colocado en el porche, Gael, Bautista y Rico esperaban de pie, al lado de Jorge y del clérigo, a que llegaran Daniel y Clara.

Jorge tenía la boca seca y estaba tenso. Pensó que quizá Clara estuviera huyendo de allí en aquel mismo momento. Pero entonces algo captó su atención…

Clara se estaba acercando al improvisado altar del brazo de Daniel.
Había elegido un sencillo vestido blanco sin mangas. El velo le caía sobre los hombros y el ramo de novia estaba compuesto por lilas.

La elegancia y compostura de ella le llegaron al alma.

Había mantenido su promesa

Ardiente DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora