CAPÍTULO TRES.

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Tan pronto como recibió el dinero en efectivo, se dirigió a su casa para preparar sus cosas. Cuando se enteró del secuestro del hijo de aquel hombre al que había llevado a la cárcel durante unos buenos años, no dudó en que sería él quien tenía que ayudar al rescate del adolescente. No porque el chico le importara sino porque tenía asuntos pendientes con Álvaro y qué mejor que matar dos pájaros de un tiro, podía encontrarse cara a cara con el capo y además rescataría al adolescente, todo eso por doscientos millones que realmente no le servirían para mucho.

Desde que salió del ejército, no había hecho más que buscar trabajos como cazarrecompensas o mercenario, tanto como para el gobierno como para los diferentes capos y carteles que decidían contratarlo; era bien conocido en el bajo mundo y también entre personas importantes por ser un exsoldado retirado cuyo servicio había terminado luego de regresar de la guerra, con las tácticas aprendidas y siendo especialmente conocedor de las armas y peleas cuerpo a cuerpo, habría sido una gran adquisición para algún tipo de organización, infortunadamente para ellos, él no había aceptado ninguna oferta. Pero además de eso, todos sabían que si sus servicios eran requeridos, tenía que haber una gran cantidad de por medio para ello, su precio era demasiado elevado haciendo que realmente pocos quisieran pagar por sus servicios.

La carretera era poco transitada, dos o quizás tres autos andaban detrás suyo sin ninguna prisa aparente, aprovechando el poco tránsito, se detuvo en la orilla de la misma, tenía que revisar nuevamente las fotos del chico para evitar confusiones y además, tenía que llamar a uno de sus contactos de entera confianza para poder localizar al capo.

Abrió el sobre amarillo que contenía las fotos e información que consideró importante pedir a Abraham, el padre del chico. Sacó las fotos que se le habían proporcionado y por segunda vez en el día observó al chico del que ahora era encargado.

No era para nada feo, aunque demasiado malditamente pequeño, no sólo de edad sino de físico. El chico no podía medir más de 168 centímetros, su cabello castaño claro y sus ojos color miel resaltaban por encima de todo. Además, algo en él llamaba su atención, no sabía si era su físico o su hermoso rostro o el que pareciera tímido, incluso no sabía si sólo le agradaban sus ojos o el color acanelado de su piel.

— Niño atractivo, ¿Ah? —rió—. Tu madre debió haber sido hermosa porque a tu padre no saliste para nada —murmuró mientras esperaba que entrara la llamada.

El silencio del otro lado de la línea podría hacer dudar a cualquiera, hacerlos pensar que nadie había respondido al llamado pero él sabía que Esteban, su amigo de confianza, había respondido.

Echo Park resultó ser una novela bastante buena.

Comenzó mencionando aquel libro que tanto le agradaba a su compañero. Escuchó su risa y supo que podía hablar sin ningún tipo de atadura.

— Ese libro está peor de maltratado que tú y que yo juntos después de regresar de la guerra, tan viejo y desgastado como mis botas.

— Con tanto dinero y aún no puedes comprar una nueva edición —comentó divertido.

— Vamos Dakota, sabes que es especial —suspiró—. Pero vamos al grano, tú no me llamaste para hablar de un viejo y malditamente buen libro y de nuestras rosas experiencias en la guerra.

— No en realidad... —bufó—. Recuerdas a aquel capo...

— Álvaro, cómo olvidar al hijo de puta.

— Abraham me contrató para algo relacionado con él.

Escuchó el brusco movimiento de su compañero al acomodarse, su respiración sonó agitada por el movimiento y su voz cambió rotundamente.

— ¿Abraham? ¿Qué carajos? ¡Lo mandaste a la cárcel!

— Lo sé, secuestraron a su hijo y adivina quién lo tiene.

— Álvaro.

— Exacto —observó por la ventanilla al auto que pasó muy cerca del suyo—.

— Y déjame adivinar, quieres que lo busque —afirmó.

— Está en México, yo voy de camino pero no tengo ni idea de adónde carajos me dirijo.

— Un día de estos Dakota, un día de estos voy a darte una patada en ese hermoso culo que tienes.

Dakota rió, el hombre de una forma u otra había sido su compañero durante los años de agonía de su servicio, el chico y él habían compartido tantos recuerdos que le era imposible recordar todos. Aunque sin duda, lo que más recordaba de él era la forma en la que le salvó la vida y quedó invalido por el acto.

— Supongo que aprovecharé para verte, geniecillo tecnológico.

— Entra a México, cuando llegues avísame y te mandaré la ubicación. Ahora mismo no estoy en México pero me aseguraré de alcanzarte cuando termines el trabajo.

Y fue lo último que escuchó.

Luego de los largos trámites que tuvo que hacer para poder entrar a México y luego de recorrer las carreteras durante largas horas, entró a lo que sería su casa temporal, por lo menos hasta que recibiera el mensaje de Esteban con la ubicación.

El hombre que cuidaba la pequeña casa en Chihuahua se había ido tan pronto había llegado, un mensaje y él regresaría pero no lo deseaba así, quería estar el mayor tiempo posible solo hasta que tuviera que realizar el trabajo por el que en un principio estaba allí. Esa era su primera vez en México desde hacía ya bastantes años, había renunciado a regresar a tan bello país por los recuerdos que este tenía para él, desde la última visita, supo que simplemente no podía estar en ese país sin ser blanco de sus horrendos recuerdos o peor, los buenos momentos que había pasado en muchas de las ciudades. Y no, esa visita no era la excepción, su pecho dolía y sus ojos ardían al ver aquella cama matrimonial que había sido testigo de tantas noches de desvelo con el único hombre que fue capaz de entrar a su sucio y perdido corazón.

Suspiró, tomó la botella y sirvió una copa, el alcohol nunca era la solución a nada y lo sabía pero necesitaba sentir el ardor del tequila en su garganta tantas veces como le fuera posible para poder olvidar la opresión sofocante en su pecho. Esa casa en especial tenía ese efecto en él, le guardaba tanto cariño y a la vez tanto rencor pero no podía simplemente dejarla ir.

Observó la grabadora a un lado de la pequeña cantina de la sala, aquellos discos que tanto le gustaban a su pareja muerta, aún estaban acomodados tal y como él los había dejado la última vez, incluso el último disco que escuchó estaba aún dentro. Sin poder evitar su necesidad de recordar al chico a través de la música, encendió la grabadora.

La música ranchera había sido la que siempre escuchaba su pareja, de alguna forma el chico era tradicionalista y conservaba bien sus raíces, aquel delgado pero apuesto chico de rancho siempre con su sombrero en la cabeza tenía una hermosa y potente voz, tan hermosa que podía pasar horas escuchándolo sin aburrirse ni por un segundo.

«Estos tragos que como yo, son pura tristeza y son mi dolor...»

La música seguía sonando mientras su mirada se perdía en el sombrero aún colgado en el perchero de la sala, la copa aún en su diestra, sonrió al bajar la mirada a la copa y recordó: "El tequila se toma en caballito, limón y sal en la orilla o ambos antes de tomarlo".

«Tragos de amargo licor, que no me hacen olvidar...»

Observó el vaso que había tomado y dio un trago, Carlos no estaba más con él y no lo estaría nunca.

Escuchó el teléfono sonar y vibrar en sus pantalones, sabía quién era y sabía también que era hora de salir de aquella casa que tantos recuerdos guardaba. Tomó el celular y al ver la dirección sintió su enojo aumentar de un segundo a otro, Álvaro se encontraba en Guadalajara, el lugar en donde Carlos había nacido, el lugar de donde había salido huyendo por culpa de su padre.

Tomó su chaqueta y luego de dejar un mensaje al hombre que cuidaba la casa, tomó camino rumbo a la ciudad. No iba a tomar dos horas ni mucho menos, el automóvil iba a ser su compañero por más de doce horas; doce horas de recuerdos, doce horas en las que debería calmar su enojo para que su plan de rescatar al adolescente y matar a Álvaro tuviera éxito. 

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora