CAPÍTULO VEINTIUNO.

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No podía evitar sentirse de esa manera. Lo que sucedió horas antes con Dakota lo tenía en un estado entre el "Besé a mi príncipe azul" y el "Fue un sueño nada más". Sentía como si todo a su alrededor estuviera bien luego de aquello, incluso su cuerpo se sentía raro; jamás había entendido eso de las mariposas en el estómago, ahora lo hacía y creía que no había sensación más incómodamente linda que esa. En pocas palabras sentía que estaba en las nubes, dentro de un paraíso con nombre y con los ojos azules más hermosos que había visto jamás.

Dakota lo había mandado a la habitación que compartían, se acomodó en su cama individual observando al techo, sus brazos descansaban sobre su pecho. La blancura de la pared, sin saber porqué, lo hizo recordar aquel momento, a medida que los segundos pasaban y la imagen era tan clara, sonreía como un idiota, ¡Dakota y él se habían besado! Observó en dirección a la puerta para corroborar que nadie estaba a punto de entrar, cuando supo que estaba completamente solo, pataleó, se sentía tan emocionado que la alegría le desbordaba por cada poro.

Minutos más tarde, el enfermero quien iba cada ciertas horas a revisarlo, entró a la habitación con la caja que usualmente llevaba, lo observó durante unos minutos y se sentó en la esquina de la cama.

— ¿Se puede saber por qué tanta felicidad?

— ¿Ah? —cuestionó, sentiría mucha vergüenza si el chico lo había visto minutos antes.

Andrew lo miró como si estuviera loco y no dijo nada más. Las vendas sucias fueron retiradas y unas limpias fueron puestas. El enfermero le reprochó el que no había hecho los ejercicios que le había indicado desde un inicio y es que él no se sentía seguro. Algo en su interior le decía que si hacía o hablaba de algo relacionado a su dedo, esto sería muy doloroso y él no quería eso. Sonrió, el único momento en el que había podido cargar con ese temor había sido cuando Dakota le había ayudado.

— Deberías darme la receta para sonreír tanto —murmuró Andrew.

— No hay una receta, sólo quiero sonreír.

— Ajá, la receta "Dakota" es una muy buena, mucho —lo miró moviendo las cejas un par de veces.

— ¿Qué? No —negó, aunque por dentro sabía que tenía razón—. Ah... Dakota me dijo que todos se conocieron en la guerra...

El hombre asintió, se recostó de lado sobre la cama de Dakota y lo observó, su cabeza sobre la palma de su mano.

— ¿Ustedes siguieron siendo amigos luego de eso?

— Uhnm... somos amigos pero más que eso, somos sobrevivientes —negó, sonriendo sin gracia—. Creo que luego de salir de la guerra nos unió un sentimiento que no puedo describir, quizás la culpa...

— ¿Por qué culpa? —cuestionó, cruzando sus piernas sobre la cama y colocando un cojín entre el hueco de estas.

— Por vivir —dijo, su mirada directamente sobre la suya—. Sobrevivir luego de estar en una guerra te deja con culpa, durante ese tiempo todos vieron cosas que no queremos recordar y que ciertamente hasta el día de hoy nos atormentan, a eso me refiero...

— ¿O sea que se hicieron amigos porque sienten que algo los une por lo que vivieron?

— Es así... además creo que nos entendemos, estamos todos locos —rió—. Pero tú no quieres preguntar acerca de todos nosotros sino de Dakota, ¿Cierto?

Asintió.

— Siéndote sincero y no hablo sólo por mí, veo a Dakota como un hermano mayor, un héroe... durante el tiempo que estuvimos en ese infierno, era él quien se desvivía por protegernos, él y James son nuestros salvadores —rió.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora