CAPÍTULO DOCE.

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El sonido de las balas rebotando en la pared y en el duro metal, hacían eco en sus oídos, el olor a llanta quemada, pólvora e incluso el olor a pudrición de cuerpos humanos descomponiéndose en plena calle lo hacían querer vomitar y no querer respirar más. Habían pasado cuatro días desde que los habían dejado en aquel lugar, cuatro días en los que no sabían nada de sus superiores, lo único que sabían era que tenían que defender ese frente, encontrar a los hombres a los que habían ido a buscar y lo más importante, sabían que tenían que mantenerse con vida. El extremo clima les había hecho una muy mala jugada, el calor era insoportable y algunos hombres a su cargo habían caído debido a este y a la falta de agua y alimentos.

Sentía sus labios secos, ardían cada vez que incluso decía algo. No habían comido en un día y medio y sus fuerzas disminuían con el pasar de las horas; ellos iban a morir, morirían en ese lugar si no eran sacados a tiempo.

Escuchó la débil señal del radio que colgaba de su pantalón pero sabía que no servía, lo había probado una y otra vez pero jamás pudo comunicarse ni recibir nada de nadie.

Una bala pasó casi rozando el brazo de Esteban, el hombre se había mantenido de pie junto a él desde el primer momento.

— Tenemos que movernos, ¡James! Tú y Estaban cúbranme, tenemos que avanzar —gritó tan fuerte con el cansancio le permitió.

Su trabajo estaba casi hecho, ellos tenían que salir de aquel lugar, tenía que dirigirlos de la mejor manera pues él era el encargado de regresarlos con bien a su base. Los hombres avanzaron cubriendo su espalda, el sonido de las balas a lo lejos y los gritos de los hombres a su alrededor hacía que fuera casi imposible el poder hablar con alguien a menos que fuera a gritos pero lo que menos quería era que los encontraran.

Al doblar por un edificio lleno de humo y cuyas paredes se encontraban manchadas de pólvora quemada, pudo ver una pequeña figura cubriéndose de las balas detrás de un auto aún en llamas, sintió golpes en su espalda y cuando vio que Esteban se acercaba a él supo qué era lo que quería sin que siquiera el hombre le dijera.

— Tenemos que sacarlo de aquí —gritó por encima de los gritos de la gente y de los ecos de las granadas y las armas.

— No podemos perder tiempo —respondió sin dejar de caminar.

— ¡Dakota! Es un civil, ¡Es un niño con un carajo!

A pesar de sus advertencias días antes de no acercarse a ninguna persona originaria de aquel país, Esteban se dirigió hacia donde se encontraba el niño, no tuvo más opción que seguirlo al igual que James lo hizo tan pronto como comenzó a caminar a él. A medida que se acercaron la imagen fue más clara para él, el niño de no más de doce años se encontraba de cuclillas detrás del auto, sus ojos observaban a todos lados antes de captarlos. Pero algo no estaba bien con él, él y sus soldados habían pasado días en esa pequeña ciudad y su cuerpo y ropas dejaban en claro aquello, rastros de pólvora, suciedad, tierra y mucho de su equipo roto, incluso sus rostros no eran reconocibles por la mugre y sudor que en ellos había; el niño en frente suyo no estaba sucio, por lo menos no tanto como ellos, su ropa delataba suciedad de tierra pero no había rastros de pólvora lo cual era muy lógico ya que se encontraba a un lado de un edificio que había sido atacado pocas horas antes.

Se adelantó todo lo que pudo pero Esteban llevaba varios metros de ventaja, gritó pero el horrible sonido de guerra no dejaba que su voz llegara a su amigo. Corrió, corrió tan rápido como pudo intentando esquivar las balas que se dirigían hacia él cuando se había puesto a correr siendo visto como un maldito suicida.

— ¡Dakota!

Escuchó la voz de James llamándolo a lo lejos, el niño corrió hacia a él esquivando a Esteban dejándolo claramente aturdido. Las pequeñas manos envolvían una granada con tanto cuidado como podía, Esteban había sido la carnada y ni siquiera se había dado cuenta de eso. Corrió intentando alejarse de los dos hombres pues el plan del chico había sido reunirlos a todos desde un principio y lanzar la granada, matando así tres pájaros de un solo tiro. Pero Esteban no renunció, al parecer molesto por haber sido la carnada del chico corrió detrás de él en un intento por detenerlo, él niño se encontraba a menos de dos metros detrás de él y Esteban aumentó su carrera casi desesperadamente. El pequeño cuerpo se estrello contra un auto aún con humo saliendo de él, el gran cuerpo de Esteban sostenía su pierna deteniendo su avance hacia él, el hombre de cabello rizado pudo haberle disparado pero sabía que a pesar de que el chico se había aparecido ante ellos con la intención de asesinarlos a sangre fría, él no se atrevería a dispararle a un niño inocente cuya mente había sido llenada de toda esa mierda que predicaban los hombres que habían causado todo eso.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora