CAPÍTULO DOS.

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Sus oídos zumbaban con cada golpe que recibía, sentía que en cualquier momento iba a caer desmayado por el dolor y el cansancio. Sentía su cara hinchada y dolorida, desde que lo habían tomado en aquella carretera hacía ya dos días, no habían hecho otra cosa más que golpearlo constantemente cada vez que no respondía las estúpidas preguntas que le hacían. Los hombres creían que él lo sabía todo acerca de los negocios de su padre, con quién estaba aliado o cierta información sobre su familia o asuntos que ni siquiera podía imaginar que existían, ¿Y cómo iba a saberlo? ¡Era un maldito estudiante de universidad!

Cuando por fin pasaron varios minutos sin recibir un golpe, logró abrir ligeramente sus ojos para mirar el pedazo de pan duro y la taza de barro con agua que habían dejado, seguramente, antes de irse. La sangre nublaba su vista, pero tenía hambre, su estómago gruñía cada vez más seguido y el vacío lo hacía sentirse desesperado. Se arrastró con demasiada lentitud hacía un lado de la puerta donde podía ver la maltrecha taza, sus dedos temblaban cuando la sostuvo y un poco de agua se derramó, pero en ese momento no le importaba si incluso tuviera que tomar agua del desgastado suelo, lo haría con gusto. El primer trago lo hizo sentir en la gloria, la frescura de aquel líquido vital inundó su boca y cuando bajó por su seca garganta supo que el paraíso realmente existía. No le importaba si el pan estaba duro o incluso si este no sirviera, necesitaba llevar algo a su delirante estómago.

A pesar de que devoró la larga pieza de pan, no tuvo suficiente, el hambre todavía exigía y él no podía dar más; eso era quizás lo último que comería en días. Sosteniendo la taza se acomodó en el rincón de la gran habitación donde lo habían llevado el primer día, observó la gran cama en donde había dormido ya dos noches, se sentía cansado y demasiado dolorido como para poder llegar a esta, lo único que deseaba era poder dormir profundamente hasta olvidarse del lugar en el que estaba, del dolor de los golpes y del secuestro.

Esperaba que su padre pagara el rescate o lo encontrara pronto porque sabía que podía volverse loco en ese lugar.

•••

Los hombres entrando y saliendo del lugar mostraban clara preocupación en sus rostros, habían intentado dar con el chico y lo habían logrado, pero al intentar sacarlo, lo único que había obtenido habían sido más bajas de las que hubieran deseado y al final, el chico no apareció por ningún lado. Lo peor del asunto era que habían advertido al secuestrador que no querían pagar por el rescate, que querían tratar de sacarlo sin dar nada a cambio y eso no era nada bueno, seguramente ese mismo día lo moverían a otro lugar, a uno más seguro, más difícil de encontrar y las posibilidades de encontrarlo con vida eran cada vez menores debido a su descuido.

— Les doy una orden tan simple como traer a un adolescente de regreso, y no pueden cumplirla, ¿Ah? —el fuerte tono del hombre resonaba en la habitación—. ¡Han rescatado a cabos gordos demasiado importantes, pero no pueden encontrar a un niño! —gritó.

— Ellos sabían que íbamos a tratar de sacarlo, sabían que lo querías de vuelta a toda costa e ibas a mandarnos por él, nos estaban esperando y cuando llegamos estúpidamente a su trampa, nos tendieron una emboscada.

— ¿Los emboscaron? —rió—. No me interesa saber si los emboscaron o no, yo doy órdenes y las órdenes se cumplen y si no se cumplen entonces nadie regresa hasta conseguir cumplirlas. —la palma de su mano golpeaba fuertemente contra el escritorio de roble—. No me importa cómo, pero quiero a mi hijo de regreso, así tengan que llamar al mismísimo diablo para que lo encuentre, lo quiero de vuelta.

La gran silla recibió todo su peso cuando el hombre se dejó caer, su diestra descansaba sobre su frente y sus ojos parecían cerrados, pero sólo los mantenía sobre algún lugar de la alfombra.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora