CAPÍTULO VEINTICINCO.

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Una sensación de enojo recorrió todo su cuerpo. De un momento a otro deseó poder tener cerca al hombre que había causado esa reacción en Dante y romperle la cara al grado de que ni su madre lo reconociera.

El enfermero se acercó y tomó a Dante, aunque Andrew batalló un poco pues el menor insistía en aferrarse a él; odiaba tener que dejarlo de esa forma pero odiaría más que alguien le hiciera daño. Salió detrás de James, su diestra puesta en su glock. Por mucho que tratara de alcanzar al hombre más grande, la herida en la parte baja de su abdomen se lo impedía, maldijo, si bien ya no dolía tanto, aún le impedía hacer las cosas a las que estaba acostumbrado.

Ambos entraron en la habitación, las cortinas se balanceaban por el aire fresco de la tarde, fue James quien se acercó a observar discretamente mientras él revisaba en la habitación.

— Oh mierda, vas a querer ver esto —dijo el hombre en voz baja.

Se apresuró a llegar a la ventana, trató de no ser visto por quien fuera que estuviese afuera pero cuando reconoció a dicha persona, el ser visto o no le importó un carajo.

— Abraham hijo de perra —dijo entre dientes.

— ¿Crees que lo mandó él?

— Sería mucha casualidad si no.

•••

Se acomodó detrás de su escritorio luego de la partida de John de su oficina, observó con atención la foto enmarcada de la mujer que una vez amó y a la que le hizo tantas promesas como jamás imaginó que pudiera hacer. La única mujer a la que a pesar de todo aún le era fiel.

Sus cabellos rubios y sus ojos color miel iguales a los de Dante, le traían tantos recuerdos que su pecho comenzaba a doler. Una vez le prometió que mantendría a salvo a su hijo y, aunque su relación con el chico no era la mejor, deseaba cumplir con su promesa porque sabía que ella había amado al niño con todo su ser, incluso más que a él.

Revolvió el líquido en la copa mientras los recuerdos lo invadían. Él no había sido el padre del año pero, de nuevo, el no había pedido serlo. Jamás se le había cruzado por la cabeza el ser padre, por ello jamás se había comportado como uno. Él nunca supo cómo criar a un niño, cómo educarlo, así que sí, lo aceptaba, había cedido esa parte a John, luego de la muerte de su esposa, el hombre le había ayudado con Dante y lo único que él había hecho había sido darle el dinero que quisiera, después de todo ese le sobraba y podía mantener al chico contento.

Siempre pensó que sería ese tipo de chicos, hijos de personas ricas que irían por la vida presumiendo sus carros del año o el último celular a la venta, su ropa de marca o irían todos prepotentes pues eran hijos de personas importantes. Pero jamás fue así, siempre había sido el chico serio, retraído y tímido que era hasta ese entonces; sabía que el adolescente lo odiaba pero hasta ese momento no sabía si le importaba más o menos, quizás por ello nunca le importó realmente lo que hacía o dejaba de hacer, por lo menos no hasta que su promesa fue comprometida; Abraham Smith nunca rompía una promesa.

•••

Los penetrantes ojos negros lo observaban, él simplemente no podía creer que el hombre estuviera ahí. Había trabajado un sinfín de veces a su lado y por ello, sabía que este se vendía al mejor postor, por lo que sabía podía bien traicionar a su madre por una buena cantidad de dinero. Esa era una desventaja para ellos, si es que estaba en su búsqueda, era un maldito experto en buscar y todo lo que quería lo tenía, si Abraham lo había mandado por Dante, que era lo más seguro, tanto él como todos estaban en peligro.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora