CAPÍTULO QUINCE.

218 23 5
                                    

Se sentía más que malditamente molesto. Odiaba tener que ser él quien buscara a las personas, de hecho odiaba recordar todo lo relacionado a su vida como soldado, ¿Pero qué podía hacer? Todos los días y a cada segundo recordaba lo que había aprendido, los horrores de la guerra, sí, no había más.

Había recorrido muchos kilómetros para poder llegar al lugar donde por última vez se supo que estuvo el hombre al que buscaba, el teléfono que Dakota le había dado no había funcionado para nada pues a pesar de que había hecho muchas llamadas, nadie respondía ninguna.

Muy temprano esa mañana había llamado a Estaban para que este le proporcionara alguna otra ubicación, algún lugar donde pudiera comenzar a buscar. Había odiado el ver aquel mensaje, el hombre había estado escondiéndose en un lugar tan obvio que por unos momentos dudó en que este en verdad fuera policía. Las calles empeoraban a medida que se adentraba en aquel lugar, un barrio no muy vistoso y que a simple vista daba miedo, se alzaba orgulloso en las calles de aquella ciudad. Dobló en un semáforo y pudo divisar al bajar por una pequeña elevación, un motel de mala muerte con luces de neón rojas sólo encendidas en unas partes. Luego de estacionar el automóvil rentado en uno de los pocos lugares vacíos y de asegurar la pequeña maleta y la pistola, se adentró en el lugar. Por dentro no estaba mejor, una mujer de unos cuarenta y tantos años descansaba sobre el mostrador, su lápiz labial rojo resaltaba la palidez de su arrugada piel, en cuanto lo vio se enderezó en la silla alta y acomodó su cabello a la par que esbozaba una sonrisa para nada cortés.

Buenas noches, guapo —comenzó la mujer hablando en español.

Buenas noches —respondió aunque su español no era tan bueno.

¿Deseas una habitación? —insinuó.

De hecho alguien me espera ya...

¿Ah sí?

Habitación 21.

La mujer lo miró pensativa durante algunos segundos, el coqueteo ya no estaba presente.

— No me dijeron que esperaban a nadie.

— Quizás no lo hacía... pero —se acercó al mostrador, recargó su brazo en el mismo y susurró sin dejar de verla a los ojos—. Creo que él querrá hablar con Dakota.

Sin decir una palabra más, se puso de pie y se inclinó para tomar el teléfono, jamás le quitó la mirada de encima, si bien ya había encontrado a Juan, podía ser posible que la mujer simplemente lo tenía resguardado porque los hombres de Álvaro estaban vigilando el lugar, de ser así y sospechaba que, aunque no fuera por medio de la mujer pero sí de alguna otra forma, tenían que irse de ese lugar tan pronto como fuera posible.

Luego de hablar durante unos pocos minutos, la mujer se puso de pie y lo dirigió por un pasillo hasta el número de habitación en la que, fuentes seguras y muy caras, le habían asegurado que se hospedaba el hombre. Tocó la puerta un par de veces hasta que un hombre alto, delgado y bastante apuesto se asomó por la misma, su rostro se veía cansado y sostenía un costado de su abdomen.

Gracias Leti...

Si necesitas algo —habló la mujer mientras lo veía de arriba abajo—. Échame un grito y mando al negro.

No te apures Leti, es de confianza.

La mujer se retiró sin decir nada más, Juan se hizo a un lado para permitirle el paso y él no perdió tiempo en hacerlo; la habitación se veía cómoda, una cama individual, mesas de noche, un sillón y una televisión vieja.

— No puedes decir que una persona es de confianza cuando no la conoces... —dijo mientras se dejaba caer en el sillón.

— Quizás no, pero si Dakota te manda es porque confía en ti.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora