CAPÍTULO VEINTISIETE

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El aire frío golpeando contra sus pies descubiertos, lo hizo despertarse poco antes de las cinco de la mañana. Observó el cuerpo a un lado suyo, las largas y negras pestañas de Dakota resaltaban sobre su piel color canela. El hombre se veía tan tranquilo y vulnerable dormido. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, las calles estaban desiertas, tanto que daban miedo. Sabía que no iba a poder volverá dormir, su cabeza era un huracán de pensamientos que no podía controlar y que le evitaba el poder dormir tranquilo.

Pensó en su padre y en lo que posiblemente estaría planeando, pensó también en los hombres que lo acompañaban, ¿Y si su padre hacía algo que pudiera lastimarlos? Él no quería eso, sobre todo porque Dakota estaba con ellos, además de que ya comenzaba a sentir cariño hacia los otros. No, no quería que ninguno resultara herido por su culpa. Su cabeza comenzaba a doler, quizás debería simplemente dejar de pensar y dejar que las cosas fluyeran. Optó por tomar un baño, se desvistió y entró en la regadera y sin pensarlo dos veces, abrió el agua fría; esta corría en riachuelos sobre su nívea piel, sentía el líquido mojando cada rincón de su cuerpo y eso lo relajó, lo hizo alejarse un poco de sus pensamientos.

Fueron pocos minutos los que estuvo solo, se giró hacia la puerta cuando sintió la presencia de alguien más en el baño... y lo vio allí, parado bajo el marco de la puerta, tan varonil y majestuoso como siempre. Sus ojos parecían fuego puro, estos lo miraban con deseo e intriga, curiosidad, pero lejos de sentirse intimidado, sintió una paz gigantesca que no podía describir, no le incomodaba el que Dakota lo viese desnudo sino al contrario, se sentía tan libre, como si nadie más que él estuviera en el baño.

— Pensé que algo te había pasado cuando desperté y no te vi en la cama... —dijo Dakota mientras lo observaba desde la puerta del baño, su pesada mirada sobre su cuerpo.

— No podía dormir y... —cerró la llave de la regadera—. Vine a tomar una ducha...

Dakota asintió sin despegar la mirada de su cuerpo. Sin poder evitarlo bajó la mirada un poco, observando el bulto entre sus piernas. No sabía si salir corriendo del lugar o simplemente quedarse a observar a tal adonis que aún con ropa se veía exquisito.

Salió de la regadera ante la atenta mirada de Dakota y tomó una toalla, cubriendo de una vez por todas su cuerpo expuesto.

— Ah... ¿Cómo está tu herida?—cuestionó, intentando cambiar el tema pues el ambiente se había vuelto un poco pesado y... caliente.

— Está bien —habló con voz ronca—. Ponte algo de ropa y vuelve a la cama.

— No creo poder volver a dormir —declaró mientras se acercaba a la puerta para poder ir por su ropa

— Inténtalo... —susurró mientras lo observaba acercándose a él.

Intentó mantenerse controlado pero las ganas de volver a sentir los suaves e inexpertos labios del menor eran más potentes que su aparente precaución ante el hacer algo que pudiese comprometerlo más de lo que ya estaba.

Estiró su brazo, cubriendo el paso al menor, este lo observó sin entender qué era lo que estaba haciendo; amaba la inocencia de Dante, en verdad lo hacía. Lo observó por apenas unos segundos antes de acortar la distancia y juntar sus labios con los ajenos.

Podría casi jurar que escuchó las campanas de paraíso cuando tocó sus labios.

Dante no sabía cómo reaccionar ante eso y él pudo notarlo. Sus pequeños y hermosos ojos se abrieron por sorpresa pero poco a poco se cerraron para continuar con un beso corto pero intenso. Se separaron tan sólo unos pocos centímetros, podía sentir el calor de la respiración ajena pegando contra sus húmedos labios. Lo observó unos segundos, Dante parecía adormilado, sus ojos reflejaban algo que hacía años no había visto; amor.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora