CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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Había escuchado y sentido cada vez que su teléfono vibraba, se sentía cansado del maldito aparato, pero aún más de la persona que fastidiaba llamando día y noche; era Abraham, aun no comprendía qué era lo que el hombre pretendía, ¿No había entendido ya que Dante no iba a volver a él? Pero no, seguía insistiendo. Tomó el teléfono, dudó, pero decidió apagarlo, aunque no sin antes revisar los mensajes en este.

Sintió un escalofrío recorriendo su espalda, apagó el teléfono y tragó. Ellos definitivamente tenían que irse rápido de aquel lugar pues no dudaba en que tanto Álvaro como Abraham pudiesen encontrarlos.

Salió de la habitación asegurándose de que Dante, quien en ese momento se encontraba el baño, no se diera cuenta de su ausencia. Apresuró el paso, sintiendo sus palmas sudar, en cualquier otro momento amaría la idea de que Álvaro diera con él, pero no ahora, no cuando Dante estaba bajo su cuidado, no cuando su familia lo acompañaba.

Entró en el despacho de Guadalupe, los hombres que cuidaban las puertas lo siguieron hasta el escritorio, aparentemente sintiéndose extrañados al verlo entrar de esa forma. La mujer lo miró.

— ¿Pasa algo?

— Necesito hablar contigo sobre Abraham, de preferencia a solas.

Luego de que les ordenara a sus hombres salir de aquel lugar, Guadalupe se puso de pie, recargándose contra el escritorio.

— Álvaro se está moviendo —habló luego de escuchar a Dakota—. Y creo que sabe que están aquí.

— ¿Crees?

— Dejó un mensaje indirecto para ti.

La mujer mostró un par de fotos, estas mostraban a un hombre muerto en medio de una carretera, un tiro perfecto entre sus cejas. Dakota recordaba a ese hombre, recordaba ese lugar.

— ¿Recuerdas esto?

— ¿Sabes acerca de ello? No, pero por tu reacción debo decir que sí.

— Cuando veníamos hacia acá los hombres de Álvaro nos estaban siguiendo, fue ahí donde encontramos a Juan y Marcus de nuevo.

— ¿Y los dejaron venir con ustedes?

Guadalupe caminó hacia un pequeño cajón, Dakota pudo ver su arma a lo lejos, se sintió un poco más tranquilo, Guadalupe iba a regresarle su arma.

— Busca a Esteban y a James y diles que traigan a Marcus aquí, no confío en él.

•••

Luego de entrar a la habitación de James y explicarle tanto a él como a Esteban lo que había pasado y lo que Guadalupe había ordenado, ambos hombres salieron de la habitación, sus armas ocultas pero listas por si las necesitaban.

Tan pronto como Marcus los vio entrar, el hombre se puso rígido, quizás había esperado el momento, era bien sabido para todos que ninguno, y aportaba que ni Juan, confiaba en él. Pero a pesar de lo que pensaron, no opuso resistencia, sin decir una sola palabra salió de la habitación y los siguió. Él lo conocía y sabía muy bien de lo que el hombre era capaz, durante mucho tiempo estuvo con él y el tiempo bastó para que aprendiera la forma en la que se movía, Marcus no le era leal a nadie, por una buena suma de dinero podría matar a su propia madre.

Los hombres de Guadalupe lo rodearon cuando entró, uno de ellos lo miró con desdén y Marcus lo miró fijamente, definitivamente nadie jugaba con él y la mirada lo había dejado claro.

— Cuando recién llegaste Juan nos dijo que aún trabajabas para Álvaro.

— Sí —asintió, tomando asiendo en las sillas frente al escritorio de Guadalupe—. También para Abraham, incluso puedo trabajar para ti si lo crees conveniente.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora