CAPÍTULO VEINTE.

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Era muy entrada la madrugada cuando por fin llegaron a Guanajuato, las calles estaban alumbradas a pesar de ser tan noche y no podía negar que se veía realmente hermoso. Los cerros rodeando, la vegetación, las casas y construcciones con tan especial y hermoso estilo.

A pesar de la hora, Dante se encontraba despierto, observaba las calles por la ventana del auto mientras descansaba nuevamente contra su pecho, su brazo aún con la venda también descansando sobre el mismo. Notó y no por primera vez la forma en la que Dante miraba al mundo, todo en él era tan inocente, tan puro y creía fervientemente en que nada en él era con mala intención.

— ¿Sabes? —susurró, en un tono bajo pero perfectamente audible—. Hay lugares muy hermosos —se acercó, sintió su respiración chocar contra la concha de la oreja del menor—. Tal vez nos escapemos y te lleve a conocer un poco.

El menor lo observó desde su pecho, los ojos color miel brillaban mientras una sonrisa enorme relucía en su rostro.

— Trato...

Sonrió. Se sentía en las nubes, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que disfrutaba o se sentía de tal forma? Mucho, el chico era el bálsamo que su alma necesitaba para estar en paz, lo sabía.

Desde el momento en el que decidieron moverse hacia el Sur, habían dejado en claro también el que tratarían de no ser ostentosos, no podían llamar la atención por su propio bien y el de las personas a su alrededor. Por ello decidieron hospedarse en un pequeño hotel a unas cuantas cuadras de la zona centro de la ciudad. Este no era uno de cinco estrellas pero tampoco era un hotel barato. Su interior estaba impecable y adornado con cosas que jamás creyó ver; era hogareño a más no poder y se había sentido cómodo desde el primer momento.

Andrew y Juan habían quedado como compañeros de habitación, James y Esteban en la siguiente y Dante y él en la última del largo pasillo. Si bien no eran los únicos en dicho hotel, tampoco eran uno de muchos, otro punto a su favor.

Tan pronto como despertaron, unas horas después del medio día, habían comenzado a revisar la zona a su alrededor así como el hotel. James y Andrew se encargaban de ello mientras Esteban descansaba, el hombre había pasado por un ajetreo constante en las últimas semanas y en su condición no era lo más sabio por hacer, aún así había resistido. Dante por su parte, insistía en querer ayudar en algo, alegando que se sentía inútil al dejar que los chicos hicieran todo mientras él permanecía en su habitación, bien, dejaría que hiciera un berrinche si él quería hacerlo, su vida y la de los demás dependía de que él se mantuviera oculto.

Entró en la habitación pasadas las seis de la tarde, los últimos rayos del sol entraban por la ventana y el aire ondeaba las cortinas bordadas con entallados encajes en forma de flor. El menor se encontraba en una de las sillas que adornaban la habitación, sus cabellos aún húmedos por el baño, sus mejillas rosadas por el viento y sus ojos curiosos sin dejar de observar hacia la pequeña plaza frente al hotel.

— Deberías secar bien tu cabello...

Sintió un cosquilleo en su pecho cuando Dante se giró hacia él, el rostro del chico en verdad era digno de admirar. Este lo miró por unos segundos para después tomar una pequeña toalla de baño que descansaba sobre la otra silla.

— Dame eso —pidió antes de que el menor pudiera hacer algo.

— Puedo hacerlo...

— Y no dudo eso...

Como si fuese algo común en ellos, que por cierto ni siquiera lo era para él, Dante se acomodó en la silla y dejó que secara sus cabellos, cada vez que pasaba la toalla, pequeñas gotas de agua salpicaban sus brazos pero lejos de ser incómodo le resultaba refrescante. Cuando sintió que el agua en su cabello era ya bastante poca, dejó de mover la toalla y sonrió al ver los cabellos alborotados del chico.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora