CAPÍTULO DIECISÉIS.

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Aquella habitación de hotel barato había sido exactamente como la veía, pequeña, hogareña pero incómoda, y su noche en el lugar le había dado la experiencia. Le dolía el cuello y la espalda baja debido a eso, además de que su cabeza estaba a segundos de explotar; había dormido a ratos pues el pensar que los hombres del capo podrían entrar de la nada lo había mantenido alerta.

Eran poco menos de las siete de la mañana cuando se decidió a sentarse, no podía estar más en el incómodo sillón, prefería dormir sentado que en una posición no muy cómoda. Y en ese momento se encontraba viendo dormir al policía, vaya manera de comenzar el día.

La delgada sábana cubría el cuerpo esbelto del hombre, su blanca piel resaltaba, haciéndola más llamativa de lo que ya era. Observó con atención, y sabiendo que no había pecado si sólo miraba, el marcado abdomen lampiño y el delgado rastro de vello perdiéndose debajo de la sábana.

Sabía de antemano que Dakota y Juan habían tenido "sus momentos" y de esa forma se habían conocido años atrás, no recibiría un golpe por acercarse a él, pero moralmente no se le permitía llegar a tal extremo; su corazón pertenecía ya a una persona, un hombre que amaba a alguien que no era él. Sintió su erección punzante debajo de los desgastados jeans pero trató de ignorarla, se obligó a cerrar los ojos y a imaginar cualquier cosa que le permitiera bajarla. No sirvió de mucho, sus pensamientos inmediatamente fueron al hombre que, desde el primer momento en el que lo vio, lo había puesto tan duro como una piedra, si es que eso era posible.

¿Qué estaría haciendo Esteban en ese momento?

Seguramente ayudando a Dakota en algo, si bien habían pasado días desde que había salido de la casa en la que se escondían y la herida del hombre ya debería haber sanado o por lo menos mejorado, Esteban seguiría tratando de cuidar de él, como lo hizo desde un principio, como lo hacía siempre.

Pero también pensó, ¿Cómo en el mundo había terminado en ese lugar en donde por cierto no quería estar? Sí, sabía la respuesta, de hecho era esa la respuesta a muchas de las cosas estúpidas que hacía siempre; Esteban. Era un tonto y lo sabía, estar detrás de un hombre que no lo quería, mendigando las migajas que quisiera darle, mendigando el tiempo, incluso regalando sus cuidados a quien no los quería. Suspiró, estaba metido hasta el cuello por un amor no correspondido, un amor que tarde o temprano lo arrastraría a la muerte, esperaba que fuera tarde, de esa forma podría tener más días con el chico.

— Dime que no estuviste despierto toda la maldita noche...

Escuchó la voz del otro hombre y abrió los ojos lentamente, este parecía diez años más viejo y tan cansado como una persona mayor. Sus cabellos despeinados no concordaban para nada con la primera imagen que había tenido de él; alguien impecable en su persona.

— Más vale prevenir...

— ¿Piensas que saben que estoy aquí?

— Lo creo —asintió sin quitar la vista.

— Eres igual que Dakota, siempre con sus delirios de persecución.

— ¿Y por qué no debería tenerlos? No sabes si la mujer de la recepción ha dado información al capo, no sabes...

— No, hombre, no es así —negó, a la par que se acomodaba bruscamente sobre la cama—. Aquí no aplican las reglas estúpidas que estás diciendo. Nadie que pueda considerarse tu familia puede venderte a alguien que sabes que va a matarte.

— Las personas hacen cosas horribles por dinero...

— Las que tú conoces, Leti no se atrevería a delatarme, ¿O crees que si lo hubiera hecho no hubieran estado en este maldito lugar desde los primeros dos días? No hace falta ser un genio para saber eso.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora