CAPÍTULO CATORCE.

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Había pasado una semana desde la última vez que habló con Dakota, se sintió como una mierda cuando el hombre decidió amenazarlo, sintió miedo de él y no iba a negar el hecho, nadie era capaz de decir que podía matar a una persona en menos de cinco segundos, por lo menos no alguien que tuviera corazón, Dakota parecía no tenerlo. Desde ese día se mantenía en la habitación encerrado, la comida se le llevaba y no sabía nada de lo que pasaba a fuera, Andrew era quien lo seguía atendiendo, el hombre parecía amable con él pero realmente sabía que lo único que quería era llevarlo a su cama, como si él realmente fuera una puta barata.

Afuera no había pasado mucho, el hombre, James, como lo había oído nombrar, había desaparecido de un momento a otro, otros dos más habían llegado y lo mejor que había ocurrido, por lo menos para Dakota, era que ya podía moverse, salía de la cama y caminaba como si nada hubiera pasado, o eso creía. Él hubiera preferido que no fuera de esa manera, si se recuperaba lo único que pasaría era que tendría que regresar a Estados Unidos con su padre y él no quería hacerlo, no quería volver.

Aquella tarde había comenzado a llover como nunca imaginó que podría pasar, la luz se había ido pocas horas antes y parecía no tener hora para volver. No le importaba, los relámpagos iluminaban las habitaciones cada vez que caían, sin una televisión o una computadora, la luz no era necesaria para él. Se mantuvo todo el día en su cama o yendo de un lugar a otro en la habitación hasta que decidió sentarse a un lado de la puerta, miró por el gran ventanal la forma irregular en la que caían las gotas, deseó ser como ellas por un segundo, eran libres, podían ir a donde ellas quisieran y de la forma en la que ellas desearan moverse, ¿No sería eso genial? Que nadie tratara de gobernar sobre ti, que nadie te dijera lo que tienes o no tienes permitido hacer.

•••

Caminar le resultaba un poco doloroso pero sabía que tenía que comenzar a hacerlo, poco a poco la herida comenzaba a doler menos pero no era mucho en comparación a los primeros días, como fuera, mientras menos dolor era mejor para él.

Vio a Andrew cargando la bandeja de comida que llevaba tres veces al día a la habitación de Dante; jamás se había sentido de esa forma antes, nunca había cambiado de opinión acerca de una amenaza o se había sentido si quiera un poco incómodo con el hecho de hacer sentir mal a alguien con sus palabras, pero desde el momento en el que amenazó de tal forma al menor, había comenzado a sentir algo parecido al arrepentimiento, no normal en él. El ver la inocencia en los ojos de Dante o la expresión dolida y decepcionada luego de escucharlo hablar con tanto enojo, remolieron algo en su interior que no lo dejaba en paz. No creía en la redención, no para un alma perdida como la suya, pero quizás podría asegurarse de que por lo menos el chico estuviera bien.

Bien, no se podía engañar a sí mismo, quizás deseaba cambiar la decepción del menor.

— Puedo llevar yo la bandeja —se acercó, tomándola de las manos de Andrew.

— ¿Estás seguro? A penas y puedes caminar bien.

— Estaré bien, sólo llevaré la bandeja.

Trató de recargar su peso en el lado contrario a su herida, dolía e incluso punzaba frecuentemente pero no era nada que lograra volver a tirarlo en la cama por días, no iba a morir. Subió las escaleras tan rápido como su cojera se lo permitió, recorrió el corto pasillo de habitaciones hasta que se situó en la última puerta, la oscuridad en el pasillo lo hacía sentir incómodo pero tenía que liberarse de la sensación, él estaba bien.

Al llegar a la puerta dudó en si tocar o simplemente abrir, las palabras del menor llegaron a su mente y optó por la primera opción, él tenía que dejar que el chico fuera libre de decidir si lo dejaba entrar o no.

Mi salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora