Capítulo 30

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Ella te gusta

ARES

Me levanté con el pelo enmarañado, no había dejado de pensar en esa chica, es como un sueño que nunca termina. Ya he soñado tres veces con su rojizo cabello y sus penetrantes ojos verdes. Al principio lo consideré normal, pero siendo la tercera vez esta semana, empiezo a preocuparme un poco.

Me puse de pie, me di una ducha para despejarme, y aun así no podía dejar de pensar en esos ojos verdes, maldita McCain, ya ni siquiera me deja dormir.

Tras la ducha, cogí unos vaqueros, una camiseta blanca y una sudadera burdeos y me marché, porque había estado soñando toda la noche con ese incordio pelirrojo, y por extraño que parezca, sí que tengo sentimientos, muy muy en el fondo, pero los tengo. No me gustó nada verla así de enfadada, por eso estoy de camino a casa de Marina, no solo por Erika, sino porque a mí nadie me traiciona.

Llamé a la puerta de su piso, y abrió al segundo toque de timbre, al verme se sorprendió.

—¿Ares? —dijo arrastrando las palabras.

Estaba muy enfadado, no me gustaría que nadie estuviera en su lugar ahora mismo.

—El mismo que viste y calza—no hice ningún comentario amistoso.

—¿Qué te trae por mi casa? —continuó nerviosa.

Suelo causar ese efecto, así que estoy acostumbrado.

—Voy a pasar—comenté poniendo los pies ya dentro del apartamento.

Ni siquiera pedí permiso, quería que sintiera el miedo.

—¿Te pasa algo? —preguntó jugando con sus manos.

—Sí. Me pasas tú—la señalé con el dedo.

Ella pareció entender a qué me estaba refiriendo y quiso explicarse.

—Ares, antes de que me mates, quiero pedirte perdón, no sé qué me pasó —ahora quería disculparse, un poco tarde.

—Es sencillo Marina, me traicionaste —la miré cabreado.

—No, no te traicioné—intentó salvarse.

—Yo te doy mi confianza y me traicionas, creía que podía confiar en las chicas, pero está visto que es verdad que no puedo tener amigas, voy a tener que darte la razón.

Entonces ella se rio y dijo mientras agarraba mi mano derecha. Detesto que me cojan la mano, no sé si lo he dicho ya.

—Tú mismo te has contestado a tu pregunta, no puedes tener amigas, ¿entonces qué es la chica esa Ares? —enarcó una ceja.

—No lo sé, alguien que me cae bien —aparté la mirada.

—¿Qué mierda de respuesta es esa? —hasta yo estaba sorprendido.

—La que tengo Marina —no iba a dejar que le diera la vuelta a la conversación, estaba muy cabreado.

—¿No te das cuenta de verdad idiota? —se sorprendió Marina.

—¿De qué? —pregunté confundido.

—La estás defendiendo Ares, tú no defiendes a nadie.

Y ese razonamiento se introdujo en mi mente, haciendo que me diese cuenta de que había algo que no encajaba, aun así, intenté convencer a Marina de todo lo contrario, de que todo era normal.

—Los compañeros se defienden—añadí.

—¿Eso es ella para ti? —le hacían gracia mis comentarios, yo no lo entendía—. ¿Un compañero? —se dio un golpe en la frente.

Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora