Capítulo 31

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¿Posibilidades?

ERIKA

Ares agarró mis manos contra el manillar de su moto y dijo suavemente:

—Déjate llevar McCain.

Me coloqué el casco y nos pusimos en marcha. Al principio, conducir una moto me pareció una experiencia increíble, pero eso duró segundos, concretamente hasta que Ares dejó de sujetarme y empecé a conducir sin ayuda.

—Te dejo a ti sola, llévanos a donde quieras.

Y eso hice, nos llevé a desestabilizar la moto y casi chocar con el arcén, cuando iba a chocarme inevitablemente Ares intentó intervenir.

—¡No sé conducir la moto Ares nos vamos a estrellar! —grité histérica.

Pero era demasiado tarde como para que nos salváramos de estrellarnos contra la mediana. Menos mal que la moto se hizo lo mínimo posible, un arañón al lado del emblema insignia de la Triumph verde y blanca de Ares, bueno eso, y el foco que quedó destrozado. No quise ni mirarle, me sentía avergonzada, además, su cara no se podía describir con una sola palabra. Pasados diez minutos, intenté suavizar la situación.

—Ares, lo siento—intenté poner mi mano en su hombro, pero la apartó.

—Ahora mismo necesito unos segundos Erika—me miró con la mirada perdida. ¿Me había llamado Erika?

—Yo te la pago Ares, no te preocupes—le sonreí culpable.

Fue cuando él se giró y me preguntó mientras sus ojos azules, oscuros como la noche, me dejaban paralizada. Me recordaron al día en que lo conocí, la misma mirada de frialdad que tanto miedo me daba.

—¿Tú me vas a pagar los daños? —al parecer cuando se enfadaba de verdad el color azul claro que rodeaba su iris pasaba a un azul oscuro profundo.

—Sí, no creo que cueste mucho — intenté quitarle importancia.

—¿Tienes once mil dólares? —dijo Ares con la vena de la frente hinchándose como un globo.

Al escuchar la cifra casi me desmayo, se notó en mi respuesta.

—¿O-Once mil dólares?

—Es una Triumph clásica McCain, ¿tienes idea de cuánto cuesta repararla? —dijo apretando los puños.

—Ares no tengo once mil dólares —me sentía fatal por lo que había hecho, pero en parte era su culpa por dejarme la moto.

—Pues entonces mantén tu boca de princesita torpe callada, Erika.

Vi a un Ares muy cabreado.

—Pero—intenté decir.

—¡Que te calles joder! —me gritó y aunque me molestó su tono me quedé callada comprendiendo su enfado.

Me daba miedo ver a Ares así, si no fuera porque es imposible hubiera jurado que le salía humo de la cabeza, menos mal que le llamaron al teléfono.

ARES

Me estaba sonando el teléfono en el bolsillo, y, aunque me sentía un completo gilipollas por haberle dejado mi moto a una niña torpe y patosa, cogí el móvil.

—¿Qué? —dije enfadado.

—Te noto cabreado Rexy — me contestó mi hermana al otro lado del teléfono.

—Lo estoy, no es buen momento para hablar —cada minuto que pasaba me hacía enfadarme más.

—No quiero hablar contigo —no estaba para bromas.

Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora