Capítulo 15

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Como ser el perfecto idiota

Estaba dormida en mi cama con los ojos cerrados, mi teléfono vibró a las siete de la mañana, lo que me hizo despertarme. Todo el que me conozca sabe que tengo muy mal despertar, es algo que me caracteriza, así que, cogí mi despertador y lo estampé contra la pared. Lo creáis o no soy así, rara, divertida e impulsiva. Miré la pantalla de mi móvil, esperando que el culpable de despertarme temprano fuera Milo, pero no era así, "Mr. no tengo un plan", ése era su nombre en la agenda de mi teléfono, había decidido escribirme. Al principio no fui capaz de mirar su mensaje, tenía demasiada hambre, de modo que me puse una camiseta blanca con una torre Eiffel dibujada y una falda vaquera de mi armario, el look perfecto que indicaba mi regreso al instituto después de la semana de huelga. Fui a la cocina y me preparé unas tortitas con nata, le eché un poco de caramelo por encima y para acompañar, una leche bien fresquita.

Me eché para atrás en mi asiento y me dispuse a ver el mensaje del idiota de Ares.

>> ¿Quedamos?

Ya está, ése era su genuino y magnífico mensaje, así de simple, un quedamos con interrogaciones, y encima a las siete de la mañana. No entendía a este chico, a veces pienso que las tonterías las hace aposta, cabreada tecleé:

>>No—me negaba en rotundo a que me volviera a dejar tirada por ahí.

>>¿Me despiertas a las siete de la mañana?—expresé mi enfado lo mejor que pude. >>Definitivamente eres un idiota—añadí al final para que se notara mi cabreo.

Me fui caminando al instituto, al ver que no respondía mis mensajes. Entré por la puerta y mi profesor de física estaba allí, en su despacho, lo que él llamaba su santuario, a mí no me caía demasiado bien, pero tuve que hacerme amiga suya. Desde el primer día que entré por la puerta lo decidí, tenía que hacerme amiga del profesor Rutherford, porque, aunque no era un gran conversador, tenía un póster de las estrellas en su despacho, y quería impregnarme de los conocimientos físicos que pudiera tener acerca de las estrellas.

Las horas pasaban, estaba intentando ignorar el hecho de que Ares estaba pasando completamente de mí. Llegó el descanso, y nada de nada, ya iba a tirar la toalla, cuando mi móvil vibró en mi bolsillo, lo malo era que lo hizo en clase de Matemáticas, por lo que la señorita Rena, se levantó de su silla y vino hacia mí a paso firme, mientras me observaba con su mirada característica de" te has metido en un buen lío", y eso que era la chica buena de la clase.

—Señorita McCain, usted sabe que los móviles están prohibidos durante las clases—me regañó sin esperar a que me excusara —. ¿Me equivoco? —hizo un gesto extraño con los ojos.

—Se habrá encendido solo—comenté con cara medio sorprendida, notando como mi cuerpo se derretía de vergüenza con cada palabra que salía de su boca.

—Voy a tener que castigarla señorita, su mal comportamiento no voy a poder dejarlo pasar—se ajustó la montura de las gafas y me ordenó ir al despacho del director, que tampoco reaccionó muy bien al ver que era yo la enviada a su despacho por mal comportamiento.

Nada, no hubo forma de salir de allí, estaba castigada por primera vez en mi vida, tenía que quedarme toda la tarde encerrada en el aula de castigos, y todo por culpa de "te escribo cuando me da la gana". El director casi llama a mis padres, por suerte, soy lo suficientemente mayor para hacerme cargo de mis asuntos por mí misma.

Quise llamar a Milo y justificarme, pero antes tenía que ver el mensaje que me había costado mi segunda cita con el chico perfecto. Volví a mirar la pantalla de mi móvil al salir de clase.

Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora