Capítulo 33

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Me estoy enamorando de ti

Con el segundo guantazo aún en mi mejilla, vi como la chica que nunca dejaba de sonreír se marchaba con lágrimas en los ojos, ya no sabía qué número de veces la había decepcionado, eran tantas que ya se estaba volviendo costumbre, no conseguía cumplir mi promesa de no hacerle daño y protegerla. Mi hermana me puso una mirada de asesina que daba miedo y dijo:

—Ares, ¿no te cansas de cagarla? —no sabía si me lo estaba preguntando o lo afirmaba.

—Pero si ha sido ella la que me ha dado un guantazo sin venir a cuento—le reproché.

—Algo habrás hecho descerebrado —McCain se había ganado a mi hermana, eran dos contra uno.

—Esta vez no, la que se ha equivocado ha sido ella.

—¿Eres tonto? ¿De verdad vas a hacerle eso a la única chica que te importa? —me preguntó irónicamente mi hermana.

Sus palabras me sorprendieron, pero nadie podía llegar a mi interior, estaba oculto bajo capas y capas de odio y rechazo.

—Te equivocas hermanita, me importaba, ya he perdido el interés.

—He visto como la miras Ares —me miró con compasión.

—La miro como a todas, ellas son las que se hacen falsas ilusiones —dije una estupidez enorme.

—¡Si te quedas embobado cuando habla! ¿Te crees que no lo veo? —se rio mi hermana.

—Soy su amigo Maya, solo eso, a ver cuándo te vas a enterar de una vez que no hay nada entre ella y yo.

—No, lo que hay que ver es cuánto tiempo vas a tardar en volver a perdonarla si es que ella te perdona.

—¿Tú te escuchas alguna vez? —le pregunté a mi hermana desesperado.

—¿Lo haces tú Ares? ¿O llevas tanto tiempo siendo un gilipollas sin sentimientos que no te das cuenta de lo que tu propio cuerpo te está diciendo?

—Es solo una chica más, fin de la discusión —ya estaba comenzando a cabrearme, iba a acabar por odiarla en todos los aspectos.

—Eso es lo que tú crees, y cuando te des cuenta de que te equivocabas va a ser demasiado tarde —me aconsejó.

—Yo nunca me equivoco.

—Va a tener razón ella Ares.

—¿A qué te refieres? —como me volviera a decir idiota me largaba.

—A que eres un idiota—respondió.

Con sus últimas palabras me echó, me marché a mi cuarto y me encerré en mi habitación a reflexionar, estaba cabreado con el mundo porque existieran personas como Erika McCain. Me eché en mi cama y vi brillar algo en mi mesa, era el destello de mi cámara plateada, lo que me recordó las fotos.

Estiré la mano, y observé cada imagen de la cámara, había pillado a McCain unas pocas de veces antes de enfadarnos. Solo con ver a aquella chica sonreír, mi enfado se disipaba, desaparecía, lo que me cabreaba más, al no entender qué me estaba pasando. Cómo había pasado de ser un tío sin sentimientos a preocuparme por lo que le pasara a una chica que no tiene nada de especial, a tener una amiga, a ser una persona medianamente normal. El enfado me llevó a lanzar la cámara contra la pared, se partió en pedazos al instante de chocar, mi hermana se asustó y caminó hasta mi habitación, pero por suerte había cerrado la puerta con pestillo.

—Ares, ábreme —me ordenó.

—No entres, no ha pasado nada—dije recogiendo los trozos de lo que antes era mi cámara del suelo.

Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora