Capitulo 22

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Las horas restantes de la tarde la dedicaron a pasear por los alrededores del pueblo. Liliz había solicitado a su padre, el préstamo de un transporte en el cual visitaron los verdes campos que rodeaban el pueblo. Bliss, nuevamente en contacto con la verde naturaleza, se sintió más tranquila y renovada. Hablaba poco y a pesar de todo el esfuerzo que hacía Pelorat en animarla, el resultado era mínimo. Su prolongado aislamiento, la hundían en una cada vez más profunda depresión. La imagen de la naturaleza fue para ella un remedio temporal para su intensa sensación de soledad. Al llegar a un pequeño claro en el medio de un denso bosque, el transporte se detuvo y todos ellos bajaron a disfrutar del paisaje. Un pequeño riachuelo corría por un extremo del claro, con aguas transparentes en el cual pequeños peces nadaban presurosos. El sonido de las aguas corriendo por entre las rocas que estaban en su lecho, servían de marco sonoro para que las aves y los insectos completaran el cuadro con su música. El lugar donde estaba, de acuerdo a lo que explicó Liliz, fue creado hacía muchos miles de años por el propio Zed, luego de que lograra reconstruir las obras destruidas durante el ataque de los espaciales. El riachuelo fue diseñado por él, y cada una de las piedras y granos de arena fueron ubicados de acuerdo al plano del diseño. Este riachuelo se internaba en el bosque para dar de beber a los animales silvestres que habitaban la espesura. Bliss se sacó sus zapatos y metió sus pies en las transparentes aguas, sintiendo un escalofrío producto de la sensación de frialdad que sus pies le transmitieron desde el agua. Sentada en al orilla disfrutaba de las imágenes y de la fresca agua con la que jugaba. Pelorat acompañó sus juegos e introdujo igualmente su gordo pie en el agua siguiendo el ejemplo. Por su parte Trevize, poco amigo de estar metiéndose en agua fría, permaneció como testigo de lo que sus dos compañeros hacían. El claro era, en realidad, el ingreso a una especie de laberinto en el medio del bosque, el cual fue creado para que Zed pueda escaparse de la cotidianidad del mundo y esconderse en medio de la naturaleza. Liliz como buena anfitriona, dándose cuenta del aburrimiento en el que estaba Trevize, lo invitó a conocer el recorrido del laberinto, cosa que resultaba más interesante para una inquieta mente como la suya. Caminaron por entre altos y frondosos árboles que los flanqueaban a ambos lados, alejándose de sus dos amigos que permanecían jugando con los peces, los cuales a su vez jugaban con sus pies. El camino sinuoso los guió a otro claro de igual dimensión al que se encontraba en la entrada, desde el cual resultaba imposible ver al primero. Los árboles, igualmente altos, hacían como enormes paredes que escondían cualquier posible objeto que se encontrase en el exterior. El riachuelo permanecía a un lado del claro, el cual emergía como escondido, por entre el espeso follaje del bosque. El lugar era muy tranquilo, transmitiendo la sensación de intimidad. Un sendero, similar al que habían recorrido, comunicaba este claro con otro más, de idéntica disposición. En este último claro en el medio del bosque, Liliz se sentó en la verde y mullida grama, invitando a su huésped a hacer lo mismo. La tarde estaba llegando a su fin, y el sol iluminaba oblicuamente sobre los árboles. La atmósfera era tan sugestiva, que Trevize no pudo más que obedecer lo que sus sensaciones ordenaban. Durante un instante volvió a su mente la imagen de Daneel, el eterno robot como representante de toda su especie, y por más que intentó racionalmente emparentarlo esa mujer que en ese momento se le entregaba, sus sentidos no pudieron encontrar en ella nada que se le asemeje. Estuvieron teniendo relaciones sexuales hasta que la penumbra de la pronta noche los frenó. Trevize buscó sin éxito una y otra vez, en cada caricia, en cada beso y en cada contacto, al robot que Liliz escondía dentro de ella. Se sentía absolutamente extraño el estar con ellas. Sabía que estaba teniendo relaciones con una máquina, pero no podía por más que buscaba, poder revelar en ella su naturaleza robótica. Esa sensación de extrañeza la cargó hasta donde se encontraban sus amigos, quienes yacían dormidos a un lado del riachuelo. Luego de despertarlos, se dirigieron a través de la penumbra que se formaba en el bosque, hasta el vehículo de transporte en el cual habían ido. Una vez en la ciudad, se dirigieron a cenar a la casa del alcalde, quien los recibió muy contento consultando si les había gustado el jardín de Zed. Todos ellos respondieron afirmativamente, esperando tener la oportunidad de poder visitar nuevamente el lugar en otra ocasión. Ninguno de los tres hizo comentario alguno de sus  planes de pronta partida, para evitar tener que pasar por la misma situación incómoda que tuvieron con Liliz. Luego de pasar una agradable velada, se dirigieron al hostal donde quedaron dormidos tan pronto llegaron.

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