Capítulo 2

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Me puse una corbata que me había regalado mi papá, no me gustaba mucho, pero mi mamá pensó que sería un gesto lindo. Me miré al espejo y me veía igual que él, alto, de pelo oscuro y ojos café claro. Quería sonreír pero en verdad no podía, y seguramente no era al único al que le sucedía eso en el lugar, estaba rodeado de almas rotas por su partida, la de mi papá. Salí del baño y ahí estaban Edgar, Lalo y Carlos, también de traje, apenas me vieron y me abrazaron.

—Gracias por venir —dije con un nudo en la garganta. Lalo se tapó la boca, estaba a punto de llorar. Me abrazó de nuevo para evitar hacerlo y ya en mí hombro, lo hizo, lloró. Carlos le dio unas palmadas en la espalda y yo sólo me quedé quieto.

Los tres bajaron conmigo a la sala donde se encontraba mucha gente, familia más que nada. Mis tías me abrazaban y lloraban, pero yo me zafaba rápido, no quería llorar, tenía que verme fuerte.

Patricio estaba sentado en una esquina con su novia, Ana, que parecía en cualquier momento daría a luz. Él no podía cerrar la boca, los ojos los tenía perdidos y estaba inmóvil, daba lástima de sólo verlo.

Fruncí el ceño y tomé una galleta de un gran plato que estaba en una esquina de la sala, casualmente eran las favoritas de mi papá.

Miré alrededor de la sala y me encontré con fotos de mi papá por todos lados. Me acerqué para ver una más de cerca y era yo el bebé que estaba ahí en la fotografía, fue del día que nací, mi papá se veía tan contento, con una gorra roja, una gran sonrisa y conmigo a salvo en sus brazos.

Miré a Patricio y no dudé en tomar la foto. Me senté a un lado de él y se la di. Patricio comenzó a llorar, todos lo miraban por lo fuerte que lo hacía...

—¡¿Por qué, Dios?! ¿¡Por qué?! —gritaba.

—Patricio, cálmate, por favor —dije en una voz baja.

—No, no entiendes —respondió ladeando la cabeza y limpiándose la cara con la manga de su camisa negra—, yo quería que la viera, y no la va a poder ver, ¡mi papá no conoció a mi hija! ¿Sabes lo que es eso?

Levanté la cabeza para darle una respuesta a mi hermano.

—Pues, si yo tengo, tampoco la conocerá...—contesté en forma seria. Patricio se quedó callado y apenas se oía su sollozo.

Un grupo de amigos de Patricio llegó y él al verlos se levantó y abrazó a uno por uno. Todos se sentaron a un lado de él y permanecieron callados, mirando el ataúd de mi padre, al cual yo no me quería acercar.

Salí de mi casa tratando de evitar aquel tumulto que comenzaba a sentirse en la casa. A pesar de que no era pequeña, tanta gente hacía que pareciera que así era. Afuera estaban mis primos... Isaías e Israel jugando futbol, tan tranquilos como si en verdad dentro de la casa no hubiera un funeral. Me senté en la banqueta a verlos, olvidar por un minuto toda esa tragedia y desconectar mi cerebro. De pronto a un lado de mí se sentó Lalo y me ofreció un cigarro.

—No mames, güey —reí—. Me acabo de curar de cáncer.

—Uno no es ninguno —aseguró Lalo—. Aparte, cuando yo te conocí, sí fumabas. Poco, pero sí —saqué un cigarro de la cajetilla, y miré a Lalo con desaprobación, a él no le importó y lo prendió, una vez encendido el cigarro, me lo puse en la boca y me lo fumé.

—Lo lamento, en verdad, lo lamento muchísimo —dijo Lalo con su cigarro en la mano.

—No te lamentes, ya sabía que esto pasaría. Los doctores ya nos habían dicho qué pedo, así que... Prefiero esto a que él siga sufriendo —dije.

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora