Capítulo 23

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Mis quimioterapias comenzaron el jueves 21 y mi ánimo se fue directo al caño en comparación al que tenía. No quise hablar con nadie todo el jueves y viernes, incluso Carlos, Edgar y Citlally fueron a mi casa varias veces intentado hablar conmigo pero no lo hice. Lo único que hacía era escribir en la libreta con el título: Canciones para Citlally, que después cambiaría el nombre a Canciones para Citlally y toda la gente que conocí. Fueron los peores dos días de mi vida. Cualquier cosa me hacía llorar y me daban medicamentos para que la quimioterapia no me causara tantos mareos y ya no vomitara.

***

El sábado a las 3:21 de la madrugada, Ana llamó por celular a Patricio y le dijo que se le acababa de romper la fuente. Patricio se levantó y empezó a prender luces.

—¡Ya viene! ¡Citlally ya viene!

Mi mamá también se levantó rápido. Ella se había quedado dormida en un sillón justo alado de mi cama. Y yo también desperté.

Me levanté de la cama y tomé el CCIP que estaba conectado a mí. El oncólogo había dicho que mi mamá estaba capacitada para hacer funcionar todo el proceso en la casa. Patricio también sabía un poco y ambos me podían ayudar perfectamente.

Mi mamá corrió a su cuarto y se quedó ahí unos cinco minutos mientras yo observaba el movimiento de ambos desde la orilla de mi cama, con unos pants del sorprendente hombre araña —al que yo admiraba de niño— que me quedaban cortos y una camisa de tirantes.

—Quiero ir —dije en voz baja.

Patricio no me escuchó.

—Quiero ir —repetí ahora un poco más fuerte.

Patricio me miró, con sus ojos muy abiertos y asustados.

—Claro que vas a ir —respondió.

Acerté con la cabeza, esperando que hiciera algo, pero no lo hizo.

—¿Y quién me va a quitar esta madre de aquí? —exclamé señalando el CCIP.

Mi mamá salió corriendo del cuarto, llevaba una ropa diferente y se había hecho un chongo. Su cabello no era muy largo, así que no era difícil hacérselo, tampoco tenía mucho cabello.

Por fin me quitó el CCIP y sacó de un cajón unas pastillas. Me dio agua para que me las tomara y me paré de la cama. Salí caminando de mi cuarto con cuidado. Patricio estaba muy feliz, pero también estaba asustado. La manera en la que se pasaba la mano por su cabello rojo, cómo sus ojos cafés se fijaban en un punto, mientras que en su mente, pensaba en su hija. Estaba muy orgulloso de él. Mi hermanito. Mi hermano pelirrojo estaba creciendo, y lo que más agradecía es que yo podía estar ahí, vivo para verlo.

Salimos corriendo de la casa y llegamos al hospital privado, al área de maternidad. No vi a Ana llegar, ni la vi en el parto, el único que estuvo presente fue Patricio, y grabó algunas escenas con su celular. Pero obvio yo no las vi nunca.

El hospital era mucho mejor que al que yo iba. Éste tenía un ambiente diferente. El otro era pura muerte y malas noticias, y éste supongo que la mayoría del tiempo era felicidad, aunque sé que siendo realista, esto no era verdad. Hay madres que mueren durante el parto, o bebés que mueren, también durante su propio nacimiento. Estaba contento de ser de ese porciento que recibe buenas noticas ahí.

Mi familia fue llegando lentamente, pero todos se alegraban al verme.

—Qué guapo, Rodrigo —me decía una tía. Hasta por un momento pensé que lo decía en serio pero luego me di cuenta que era posible que sólo lo hiciera para subirme el ánimo.

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora