Capítulo 18

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Al mirarme en el espejo, no sabía qué esperar de mí. A pesar de que muchos esperaban demasiado, ya que era alto, carismático, inteligente, y siempre había entrado en el adjetivo: guapo. ¿Qué podía salir mal para alguien como yo? Yo no sabía por qué la gente veía eso. Y menos lo supe aquel día después de pasarme toda la tarde vomitando, tirado en la regadera con la ropa puesta, sudando y con miles de preguntas en mi cabeza. «¿Qué me está pasando? ¿Estoy ya muerto? ¿Me voy a morir?». El sonido del agua cayendo me calmaba, pero apenas unos minutos cuando volvía a vomitar un líquido que dañaba mis dientes, y que según sabía, son los jugos gástricos; sin embargo, no tengo idea de sí eso es verídico. Cerraba mis ojos y los volvía a abrir, observaba mis manos y su aspecto tan arrugado, no creía que esas manos fueran mías. Cerré los ojos una vez más y sentí alucinar, mis quejidos y dolores eran fáciles de detectar y cuando estaba punto de desmayarme, mi celular comenzó a sonar, era Citlally.

Jalé la cortina y me arrastré para tomar el celular fuera del chorro de agua que salía con intensidad. Puse el celular en mi oído y oí la voz de Citlally.

—¿Cómo estás? —fue lo primero que preguntó, como si pudiera leerme la mente.

—Lo estoy sobrellevando —contesté sin fuerzas.

—¿Sigues solo?

—Sí —resoplé y volví a sentir mucho asco.

—Llegaré en unos minutos, llamé a un doctor a domicilio, para que no tengas que salir de la casa.

—Gracias —dije y me intenté parar para cerrar la llave del agua.

—Te amo —murmuró.

—Yo también. Ahorita nos vemos.

Tomé una toalla que estaba colgada y me cubrí en ella. Cerré la llave y abrí la puerta, salí al pasillo escurriendo agua y entré a mi cuarto, me acosté en la cama y unas punzadas terribles en mi estómago aparecieron.

—No... No... No —susurré y comencé a sollozar.

Mi estado era terriblemente y asquerosamente mediocre. Nadie tendría por qué pasar algo así. Juraba que no podría caminar, no podría moverme ya con semejante dolor. Afortunadamente, la puerta estaba abierta y no tuve que bajar a abrirle a Citlally, ella entró sola a la casa y subió corriendo a mi cuarto. Cuando me encontró, me sostuvo entre sus brazos y me intentó secar el cabello con la toalla. Se paró, fue por otra y me cubrió con ella.

Me intentó quitar el pantalón para ponerlo a secar y la camisa también. Me dejó acostado en la cama. Yo temblaba de frío y le pedí un vaso de agua o cualquier cosa para tomar porque me moría de sed. Citlally hizo todo lo que le pedí que hiciera, me acarició y llamó a mi mamá, que no contestaba el teléfono, también le llamó a Patricio y éste le dijo que no tenía manera de llegar rápido a la casa y que estaba con Ana.

Citlally se puso a llorar en la estancia, sentía impotencia y se sentía frágil. Yo la escuché desde mi recámara y me abrumaba más oírla.

—No llores, Citlally. No llores —decía, pero ella no me oía.

El doctor llegó unos diez minutos después y dijo que era necesario que me llevaran al hospital. Me dio unas pastillas para que dejara de vomitar. Citlally llamó a su papá y él sí llegó rápidamente.

—Vas a estar mejor —exclamó su papá mientras Citlally y yo viajábamos en la parte de atrás de su auto. Citlally me tomaba de la mano y sonreía, para hacerme sentir bien.

Llegando al hospital, me pusieron suero y en una silla de ruedas. El doctor llegó a revisarme unos minutos después.

—Creo que tienes piedras en los riñones —aseguró.

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora