Capítulo 5

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Edgar, Lalo y Carlos llegaron y saludaron a mi mamá, ella se quedó petrificada ante Carlos, ya que se llamaba igual que mi papá y de hecho no pudo decir su nombre sin que su voz pareciera de alguien que está a punto de llorar un mar. Traté de ignorar la situación y les abrí camino entre toda la gente que se encontraba en la terraza. Nos sentamos en la mesa en la que estaba ya antes sentado con Citlally, Patricio y Ana. Mis amigos eran personas educadas y de buen ver, pero no eran tan guapos como yo, el único que me podría dar pelea era Lalo, pero aun así sentía que sería muy poca.

Lalo tenía los ojos oscuros y brillantes, era un poco más alto que yo (media 1.86m) pero lo que hacía que sus ojos resaltaran eran esas pestañas tan grandes, su piel bronceada lo hacía brillar, tenía la barbilla partida y la quijada marcada, pero no tenía mi porte ni mi actitud. Lalo era un bonachón en casi todo el sentido de la palabra, era el típico chavo que quieres que ande con tu hermana porque puede ser el tipo perfecto para ella y era tan perfecto que dejarías que se la cogiera él y no un pendejo cualquiera.

Con Edgar me empecé a llevar gracias a las clases de guitarra, era delgado y el más bajo de los cuatro, también era el más equis, nunca le había conocido una novia, sin embargo él siempre decía que antes había tenido una, pero que ella se fue al entrar a la preparatoria a vivir a Canadá, y que supuestamente la chica no tenía ningún tipo de red social ni tenía fotos con ella, era un caso bastante extraño y no le creíamos.

Carlos era un borracho. Siempre que iba a una fiesta teníamos que sacarlo cargando y llevarlo a su carro, había manejado borracho una infinidad de veces y le habían quitado el carro de su mamá otra infinidad. Comenzaba a tener esa barriga de «caguamero» y era extraño no verlo con una cerveza en la mano. Era de mi estatura, blanco, con una nariz larga y orejas grandes, cachetón y tenía el cabello castaño.

A todos ellos los conocí apenas entré a la preparatoria el año pasado, antes de ellos tenía otros amigos que también le presenté a Citlally, eran mis amigos de la otra prepa y casi también de secundaria. Desafortunadamente había dejado de tener tanto contacto con ellos, y después del pequeño problema que tuvo Citlally con mi amiga Paola en el restaurante de la familia de Paola, mi relación amistosa con el resto del grupo, nunca volvió a ser la misma.

Ese día mientras la música comenzaba a sonar y Carlos ya llevaba su quinta cerveza para ser apenas las ocho de la noche, mi mamá se acercó a mí y me pidió que leyera la carta que le había hecho, le dije que me esperara a ir por ella a mi recámara y así lo hice. Regresé a la terraza ya con la hoja en la mano.

—Disculpe, ¿puede parar por un momento la música? Tengo algo importante que decir —exclamé.

El señor así lo hizo y ahí mientras estaba en frente de todos y sus ojos me miraban como buscando una razón para que estuviera haciendo eso y hablé:

—Querida Sra. Gloria: te he hecho esta carta con todo el amor que te mereces. Estos últimos meses han sido difíciles no sólo para ti, sino también para nosotros. Hemos enfrentado cosas que espero que nunca tengan que enfrentar en su vida, realmente lo espero... —dije para toda la audiencia—. Tú estuviste para mí cuando me enfermé y cuando me curé, también lo estuviste para mi papá cuando se enfermó y cuando no se curó... Eso es ser una mujer grandiosa, eso es ser una mujer que no se da por vencida... Y hoy estás aquí, con una sonrisa en el rostro, pensando: «¿Cómo tuve un hijo tan talentoso?» Sí, sé que lo estás pensando —todos rieron—. Y yo también me estoy preguntando ¿cómo tuve una mamá tan magnífica como lo eres tú? Mamá, hoy cumples cuarenta y siete años. Hoy mi papá no está con nosotros. Hoy te enfrentas a este mundo tú sola y hoy te agradezco por ello, por ser tan valiente y majestuosa, como tú sabes serlo, sola o acompañada... Te amo mamá —mostré el pedazo de papel, vacío, sin una sola palabra, todo me había salido del corazón. Mi madre se acercó a mí y me abrazó mientras sus lágrimas mojaban mi camisa. No dejaba de agradecerme las palabras, escuchaba los aplausos de mis tíos, tías, abuelos, primos y vecinos que se emocionaban y se alegraban.

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora