Capítulo 12

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Citlally y yo estábamos en el mirador, su lugar favorito. Yo veía cómo ella daba vueltas y vueltas y su vestido color blanco volaba junto con su cabello castaño claro, sus ojos verdes miraban el cielo con precisión, admirando una nube con forma de conejo que se notaba sin ponerle mucha atención desde lo lejos.

Citlally llevaba unos zapatos color verde, y se había quitado su bolsa también color verde que estaba a un lado de mí. Ella comenzó a marearse y decidió bajar los brazos y dejar de dar vueltas. Se acercó tambaleándose y riéndose. Se sentó a un lado de mí y yo la abracé de la cintura, sin quitar mi vista de la ciudad.

—A veces nos subestimamos ¿cierto? —dije.

Citlally todavía trataba de quitarse lo mareada cuando volví a decir:

—Todo esto lo ha construido un ser humano ¿no? —Citlally acertó con la cabeza—. Alguien puso todas sus ideas y su vida en construir esto que tenemos frente a nosotros, como alguien que escribe un libro y luego lo tomamos y vemos que todas esas horas que pasó pensándolo, escribiéndolo, analizándolo, borrándolo, editándolo y comprendiéndolo, se resume sólo a unas 400 páginas, por dar un ejemplo. A veces, nos subestimamos a nosotros mismos, si los humanos fuimos capaces de crear lo que estoy viendo y lo que no alcanzó a ver, estoy seguro que somos más que simples seres mortales que nacen, viven y mueren en la tierra.

—Eres muy profundo —recalcó Citlally.

—No tengo la idea muy clara en la cabeza, pero creo que sí llegué al punto deseado ¿no?

—Sí, lo hiciste.

—Bueno...

Citlally mantuvo su cabeza apoyada en mi hombro hasta que el atardecer llegó y lo vimos todo, ella podía estar ahí durante horas, sin decir nada, o simplemente dando vueltas. Según me había dicho su papá, era un proceso de su recuperación, y yo tenía que apoyarla al 100%.

—El otro día me llegó un mensaje...—comentó Citlally—. Lamento no haberte dicho antes, pero te lo diré ahora. Era de Bárbara, aunque la verdad, no tiene importancia, es una tontería.

Me paralicé un poco, Citlally no debía de saber nada de lo ocurrido. Y justo, Bárbara y yo quedamos en que no le diríamos a nadie que viviera en este planeta. Pero no debía de comenzar a pedir perdón antes de saber qué era a lo que se refería.

—¿Y? —pregunté tratando de parecer calmado.

—Dijo que era una suertuda de tenerte como mi novio —reí al escucharlo—. Pero, ahora no creo lo mismo. Estas tres semanas me hicieron darme cuenta que ¡tú eres el afortunado!

—¡Es cierto! ¡Es cierto! —repetí, soltando una risilla tonta.

—También me dijo que, se habían visto y... —la interrumpí.

—La verdad, no quiero saber qué te dijo Bárbara.

—¡No! Tienes que escucharlo, ella me dijo que vomitaste y que luego te besó ¡vaya tontería! ¿No? Ella súper segura que puede besarte así nomás porque le dan ganas —Citlally sonrió, confiada de que eso jamás había pasado, pero yo agaché la cabeza, apenado.

—Perdóname —susurré, pero parecía que Citlally no me había escuchado y siguió diciendo:

—Sólo quiere llamar la atención y hacer que cortemos.

—Tuve que haberte dicho, y no lo hice, para no lastimarte y... —Citlally me interrumpió.

—¿Qué? —se paró de la banca.

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora