Fue lunes el día que mi papá cumplió un mes de haber fallecido. Se organizó una misa para consagrarlo. Toda mi familia fue, e invité por Facebook a mis amigos por si querían acompañarnos en momentos tan dolorosos. Edgar fue el único que asistió. Carlos me mandó un mensaje con su pésame y mi pronta resignación, le agradecí. Pero Lalo no fue ni para darle like a mi publicación. Parecía que vivía en otro universo diferente al mío, después de lo que había pasado.
Cuando las campanas de la iglesia sonaron y entramos a misa, había una foto grande en su cuadro de madera, el mismo que se habían puesto en su funeral. Permanecí inmóvil en la banca con las manos en los bolsillos de mi traje negro, cabizbajo y mojando mis labios en todo momento. No escuché ni una palabra de lo que había dicho el padre, y me cayó el veinte de lo que en realidad estaba pasando mientras no prestaba atención, apenas unos minutos antes de terminar la misa. Eso era algo con lo que tendría que vivir el resto de mi vida, haríamos lo mismo seguro a los seis meses de la muerte de mi papá, y lo volveríamos a hacer al año, y así lo haríamos hasta que algún día, todos los que lo recordábamos y lo amábamos nos hubiéramos ido, y ya no hubiera nadie para acordarse de su existencia.
Edgar vestía un traje negro igual al mío, pero sin corbata. Me dijo ese día que casi no le gustaba cómo se veía con ella. Al terminar la misa, mis primas se acercaron a mí y a Edgar, y él las saludó apenado. Mi mamá me pidió que no me alejara mucho ya que quería que estuviera agradeciéndole a las personas por asistir. Así que Edgar y yo nos quedamos casi pegados a la puerta despidiéndonos de la gente.
—Buenas noches, gracias por asistir... —le dije a nuestros viejos vecinos, que se habían dado la vuelta solamente por mi papá.
—Qué raro que Lalo no haya contestado... —murmuró Edgar.
—Ni que lo digas... —contesté y me volteé para despedirme de beso de otras personas.
—¿Por qué no vino Citlally?
—Le pedí que no viniera, esto es deprimente. Yo no vendría si mi mamá no me obligara. Odio esto, es como si el universo quisiera que recordara cierto período de tiempo que mi papá murió y que debo de estar triste por ello.
—Qué mierda.
—No digas groserías estamos en la iglesia —respondí con ironía.
—Espero que algún día esto se pueda superar —dijo Edgar, cabizbajo.
—Yo también, pero no quiero olvidar.
—Para superar, no se tiene que olvidar.
Me acerqué a Edgar y lo abracé.
—Gracias por ser mi amigo.
—Gracias a ti por dejarme ser tu amigo —respondió Edgar sonriendo.
—¡Ya empezamos a jotear!
—Oye, no digas groserías, estamos en la iglesia —respondió Edgar y sonreí un poco.
En compañía de Edgar, mi mamá, unas tías, Patricio, Ana y yo fuimos al cementerio, que quedaba a unos quince minutos de la casa y donde estaba la tumba de mi papá. Su lápida decía: Carlos Rodrigo Castillo Ramos 1968-2014 «Un padre, un hijo, un hermano y un amigo». Y admití que mi papá era todas esas cosas, no era una exageración, como otras que alcancé a leer. A veces la gente miente en su lápida, pone cosas como: «Un hombre grandioso», o «Eres un ángel» lo cual se me hace una reverenda estupidez, no se me ocurre otra cosa más estúpida que ésa más que usar calzones que digan los días de la semana.
—Me gusta la frase de la lápida —confesé.
—¿Sí? Yo decidí ponerla —admitió mi mamá.
—Lo define a la perfección.
—Sí, sí lo hace.
A un lado de la tumba, como dándole color, había rehiletes que se movían por el poco viento que había en el cementerio. Los rehiletes tenían los colores del arcoíris, daban muchas vueltas y me hacían creer que trataban de decirme algo.
Patricio y Ana miraban la tumba unos pasos atrás, y Edgar estaba serio a más no poder y sentí que se comenzó a asustar cuando mi mamá comenzó a llorar.
—Siempre llora... —le comenté consolando a mi madre.
—¿Cómo no llorar? ¿Cómo no llorar si es algo tan triste, Rodrigo? —Mi mamá siguió berreando por varios minutos, mis tías se fueron y nosotros seguimos ahí mirando la tumba de mi papá sin decir nada.
«Esto es tan triste...» pensé. «No quiero terminar así, enterrado y que la gente venga a verme y pase horas llorando...».
—Mamá... —dijo Patricio.
—¿¡Qué?! —gritó mi mamá.
—Ana se siente mal y quiere que ya la llevemos a su casa.
—También Edgar —exclamé.
—No es cierto, no me siento mal... —dijo Edgar y lo interrumpí diciéndole:
—¡No! Sí te sientes mal, te sientes muuuuy mal. Tenemos que irnos.
—Son tan poco empáticos.
—¿Apoco planeabas estar aquí llorando todo el santo día? ¡Yo no! Y seguro tampoco Edgar, ni Patricio o Ana.
—Está bien, vámonos —mi mamá se limpió la cara con un pañuelo que llevaba en su bolsa.
Nos subimos a la camioneta y mi mamá le preguntó a Edgar dónde lo podía llevar y él le contestó que lo dejara en la parada del camión y que de ahí él se iría a su casa. Así lo hicimos y me despedí de lejos de Edgar, por el retrovisor lo vi sentándose en la parada, mirando sus zapatos y esperando el camión.
Suspiré y puse un poco de música porque la situación estaba tétrica. Lancé mi vista a Patricio y a Ana quienes viajaban en la segunda hilera. Ana tenía su cabeza puesta en el hombro de Patricio y éste la abrazaba.
—¡Todos están tristes! —grité.
Patricio me evitó la mirada y miró por la ventana.
—Por eso me caga que esto haya pasado —murmuré. Mi mamá volteó a verme y dijo:
—¡Lo dices como si alguien realmente hubiera querido que esto sucediera, nadie quería que tu papá muriera, luchamos, yo más que nadie luché para que no tuviéramos que pasar por eso y para tú no estuvieras «cagado» pero pasó y yo soy la que peor me siento, porque yo sí hice algo, evitando momentos como éste, tan espantosos!
Mi mamá volvió a llorar y me sentí mal por provocarlo. Me quedé callado y mi mamá siguió manejando hasta la casa de Ana. Cuando llegamos, le eché un vistazo a su casa. Ésta estaba pintada de color blanco, tenía dos pisos y un pequeño balcón que hacía que la casa resaltara de las demás. También tenía un pequeño jardín. En fin, su casa se veía cómoda.
Patricio bajó de la camioneta primero que Ana y la ayudó a bajarse tomándola de la mano. Caminaron a la puerta y Ana lo besó antes de entrar a su casa, Patricio evitó que el beso durara mucho y se quitó. Ana le sonrió, Patricio se despidió de ella y le agradeció estar con ahí con nosotros. Ana se dirigió a la camioneta para despedirse, nos dijo adiós. Después abrió la reja, caminó y entró a su casa.
Patricio se subió a la camioneta otra vez y cerró la puerta, se cruzó de brazos y nadie dijo nada durante casi todo el camino. Miré por la ventana y vi la luna. Recordé que de pequeños, más de uno pensaba que la luna lo seguía, yo no era la excepción, y al notar mi mamá lo que estaba haciendo, sonrió y me dijo:
—¡Mira, Rodrigo! La sonrisa del gato risueño.
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Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)
RandomCualquiera pensaría que Rodrigo es feliz con su vida. Tiene la novia más bonita de la escuela, tiene los mejores amigos, es súper popular, guapo y siempre está en las mejores fiestas. Rodrigo y la vida no se deben nada, sin embargo, ésta tiene tanta...