Capítulo 3

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Pedo, ése era mi estado alcohólicamente hablando. Un maldito borracho sacado de la cantina. Me maldecía a mí mismo y a mi estupidez cuando escuché que tocaron tres veces la puerta. Quería que mis frustraciones salieran con tequila, y estaba ayudando. Había pasado una hora desde que hablé con Bárbara, y no sabía a qué hora llegaría Patricio y mi mamá.

Sin pensar, abrí la puerta, y la vi. Era ella, pequeña, sonriente y con su cabello ondulado, una blusa de manga tres cuartos negra y un short de mezclilla. La miré sin pensar en otra cosa más que se veía hermosa y que la amaba, y que había sido un pendejo en dejarla ir.

Apenas la vi, la besé en el cachete y la cargué.

—¡Guapa, siempre tan guapa, tú!

Citlally me pidió que por favor la bajara, y me miró sin saber qué decir.

—¿Por qué viniste? —pregunté.

—Quiero platicar contigo. Creo que tenemos mucho de qué hablar —decía mientras entraba tranquilamente a la casa y se sentaba en el sillón.

La miré mientras hablaba y me senté yo también. Me rasqué la cabeza y tomé la botella. Citlally se acercó y me la quitó de la mano.

—Sin nada que te pueda emborrachar más, por favor.

—¿Ya no tomas? —pregunté.

—No, ya no.

—¿Y ya no fumas? —volví a preguntar.

—Fumaba porque era una idiota, no porque me gustara. De hecho sigo sin entender cómo a alguien le puede gustar aventar humo por la boca, es raro.

—Volviste a ser tú —sonreí.

—Las cosas siempre vuelven a su lugar de origen —contestó.

Reí y ella también.

—¿No te molesta volver al calor? Allá apenas comienza el invierno y te lo perderás.

—No me gusta el frío porque me hace recordar cosas en las que no quiero pensar.

La miré asombrado.

—¿En serio? Porque yo no creo todos esos rumores ¿sabes? yo no creo que te haya pasado lo que te pasó —aseguré mientras le lanzaba mi juicio. Sabía que eso le molestaría, pero no me importó molestarla. De hecho, me causaba cierto placer hacer enojar a las personas.

—Qué idiota eres, Rodrigo —gritó.

Me reí sobre mi mano, ella se encogió de hombros mientras seguía sorprendida.

—¡Nunca quisiste hacer nada por ello, Citlally! Cualquier persona normal toma cartas en el asunto, no huye del país y hace comentarios al respecto ¡Lo siento, pero hiciste todo lo posible para que yo no te crea!

—¿Y por eso estás enojado conmigo?

—¡No estoy enojado contigo, sólo odio que la gente sea tan idiota, justo como tú te portas la mayoría del tiempo! —grité riéndome, burlándome.

—¿Qué pasa contigo? No inventé nada, todo fue verdad y es algo muy doloroso para mí ¡Y creo que no es de tu incumbencia!

Citlally agachó la cabeza y supe que era suficiente. Y después hice lo que arreglaría todo. Lo hice porque sabía que si lo hacía, ella caería fácilmente ante mí. Sólo necesitaba una chispa para así, poder tenerla.

Me paré del sillón y me puse justo enfrente de la cara de Citlally, estábamos frente a frente y grité:

—¡Es de mi incumbencia porque fui tu amigo, fui casi tu novio, porque te amo y no podría soportar que alguien te hizo daño y yo no pude hacer nada!

Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora