El domingo, fuimos al hospital para recibir la noticia de la endoscopia que me realizaron. Iba con mucho miedo de cualquiera que fuese el resultado. Caminaba a paso lento pero firme por los pasillos del hospital mientras saludaba a las enfermeras que me decían «Buenos días». A pesar de todo el miedo que sentía, trataba de fingirlo con una gran sonrisa y seguridad. Mi mamá iba atrás de mí, con sus brazos cruzados y una mueca de preocupación en su cara. Llegamos finalmente a la oficina del doctor y le abrí la puerta a mi mamá. El doctor nos pidió sentarnos a los dos, nos saludó de mano y nos ofreció una sonrisa sincera.
—Joven Rodrigo... —dijo entre dientes revisando unas hojas que tenía en su escritorio.
Alcé las cejas y sonreí un poco. Las manos me sudaban.
—¿Cómo se ha sentido? —preguntó.
—Mejor. Guardar reposo me ayudó bastante.
—¿Ha comido?
Hice una mueca y negué con la cabeza.
—No me da hambre. Además, cuando como me duele el estómago, por lo tanto no comí ayer para evitar cualquier molestia.
—Ya veo —respondió un poco molesto—. Señora, ¿le molestaría si hablo con su hijo a solas?
—¡No! Para nada, adelante —respondió mi mamá levantándose de la silla—. Te veo en la sala de espera.
Mi cara cambió a estar preocupado. Me mojé los labios y miré al doctor.
—¿Cómo está todo? —pregunté.
El doctor suspiró y se quitó los lentes. Miré que detrás de él, había muchos libros de medicina y no pude evitar pensar si ya los había leído todos.
—Rodrigo... —dijo el doctor y se rascó la barbilla.
—¿Qué onda? —contesté jugando con mis manos, mi corazón latiendo a mil por hora y una cajetilla de cigarros en el bolsillo de mi pantalón de mezclilla.
—Sobre la endoscopia y la biopsia que se te hizo el día de ayer en la mañana, encontramos células cancerígenas en tu estómago. Tienes cáncer.
Estaba pálido. Estaba sin palabras. No escuché nada más de lo que dijo. Me tapé la cara con las manos y me la mojé con el sudor. Mi labio inferior temblaba. Mi temperatura corporal bajó y me puse helado. Mis pensamientos y mi vista se nublaron. Comencé a llorar ahí mismo en la silla.
El doctor se levantó de su asiento y se acercó a mí, dijo:
—Rodrigo, comenzaremos tus quimioterapias el jueves, tendrán una duración de cuatro días y la siguiente será dentro de otras tres semanas y así sucesivamente. Después de tres quimioterapias verificaremos tu progreso y veremos qué se puede hacer. Es probable que se realice alguna cirugía, y tienes que estar preparado. Tu cáncer es muy fuerte y tenemos que erradicarlo. Revisé tu historial médico y me sorprendió encontrar que tuviste cáncer de páncreas y saliste vencedor, si pudiste con él una vez, podrás de nuevo.
—Eso no es lo que quiero... —contesté entre llanto—. Quiero una maldita vida normal. Quiero no tener que pasar de nuevo por lo mismo. Quiero, quiero... —volví a llorar, no me podía calmar.
El doctor tomó de su escritorio una cajita de pañuelos y me los entregó, tomé uno y me soné la nariz.
—Pareces un joven capaz de grandes cosas... —recalcó el doctor con su voz de señor mayor, de persona sabia y fría que ha visto muchos de esos casos—. Te veo el jueves. Llamaremos a tu mamá para darle a conocer el horario de la cita.
ESTÁS LEYENDO
Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)
RandomCualquiera pensaría que Rodrigo es feliz con su vida. Tiene la novia más bonita de la escuela, tiene los mejores amigos, es súper popular, guapo y siempre está en las mejores fiestas. Rodrigo y la vida no se deben nada, sin embargo, ésta tiene tanta...