Citlally
Rodrigo llegó a mi casa a eso de las dos de la mañana. Era una noche oscura, fría y lluviosa. El pavimento estaba mojado, y las pequeñas gotas de lluvia no cesaban. No tenía idea de por qué estaba él ahí. Me habían dicho que era posible que presentara alucinaciones pero éstas sólo se presentaban en casos extremos. Rodrigo estaba enfermo, de hecho estaba más enfermo de lo que le decían y de lo que a mí me decían. Y era triste para todos, por eso nos gustaba engañarnos no escuchando la verdad de su diagnóstico.
Rodrigo llevaba un sweater negro, unos pants también negros y su cabello había crecido muy poco, pero no se notaba mucho porque traía un gorro también negro. Me llamó por celular para que bajara por él.
—Cit, tengo algo que darte —dijo estando detrás de la reja.
Caminé hasta la reja, casi petrificada por el leve sonido de su voz y la abrí lo más delicadamente que pude, para que mi papá no se despertara.
Rodrigo no perdió tiempo y me entregó unas hojas arrugadísimas. Tenían títulos al principio de cada hoja.
Miré a Rodrigo, no sabía lo que estaba haciendo. La lluvia leve nos mojaba un poco.
—¿Por qué me das esto? —pregunté.
—Yo te lo hice —explicó y empezó a caminar hacia la entrada. Fui detrás de él.
—¿Qué es esto? Deberías de estar en tu casa. Mi papá me matará si te ve aquí, recuerda qué dijo. Dijo que no quería que estuvieras a esta hora aquí.
Rodrigo no me escuchó y subió las escaleras con mucha calma.
—¡Rodrigo! —grité bajito y cerré la puerta otra vez lenta y delicadamente.
Subí las escaleras y abrí la puerta de mi cuarto: Rodrigo estaba acostado en mi cama, con su piel pálida, y con la pinta exacta de un niño con cáncer de las películas y la vida real.
—Rodrigo... —volví a decir. Rod dio una palmada en la orilla que quedaba de mi cama. Suspiré y me senté a un lado de él.
Me acosté mirando al techo y notaba que a Rodrigo le costaba respirar.
—No puedes venir a esta hora, Rodrigo —dije—. Mi papá nos matará.
Rodrigo negó con la cabeza.
—Las canciones, las compuse yo. Tienen música y letra —susurró con su voz ronca.
Me di la vuelta, vi los ojos cafés claros de Rodrigo y le dije:
—Me encanta, mi amor. Está hermoso. Pero pudiste haber esperado hasta mañana para dármelo.
Sonrió y se acomodó en mi pecho.
—Creo que ya va a ser el momento —lo dijo casi sin problema, como si ya lo hubiera aceptado.
—Rodrigo —volví a decir. Le quería explicar que no. No era momento, yo lo necesitaba. Yo lo amaba y todavía lo amo.
—Te amo tanto —susurró y se le escapó un suspiro.
Lo tomé de la cabeza y cerré los ojos.
—Yo también, Rodrigo. Yo también. Pero no llegó ningún momento, quiero que te quedes. Quédate.
Una sonrisa leve se mostraba en el rostro pacífico de Rodrigo. Contrario a lo que yo pudiera pensar, no era un momento violento, era un momento lleno de paz.
—Debes llamar a una ambulancia —dijo en todo aquel silencio. Mis ojos se abrieron.
—¿Te sientes mal? —pregunté.
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Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)
RandomCualquiera pensaría que Rodrigo es feliz con su vida. Tiene la novia más bonita de la escuela, tiene los mejores amigos, es súper popular, guapo y siempre está en las mejores fiestas. Rodrigo y la vida no se deben nada, sin embargo, ésta tiene tanta...