Mi despertador me levantó a las ocho de la mañana como lo hacía todos los domingos. No quería levantarme pero lo hice. Me bañé y al salir me topé con Patricio, él se quedó petrificado ante lo levemente hinchado que mi ojo y mi cachete se veía. No le dije nada y lo evité.
Me cambié de ropa y desayunamos en silencio. Mi mamá estaba contenta porque había pasado una buena noche.
—Me trajeron muchos regalos —nos contó—. Y sorpresivamente, vino mucha familia de su papá, lo recordamos toda la noche.
Bajé la mirada y suspiré. Mi madre dejó de hablar, y al notar el silencio, prendió la televisión. El mundial de futbol había comenzado y era casi de todo lo que se hablaba. A mí me gustaba mucho el futbol. Había anhelado mucho que llegara el mundial, pero había llegado en una época de mi vida que sentía que si festejaba y me ponía feliz por un equipo de futbol, era un tonto. Tenía que ser feliz por cosas serias y reales, así que en esa ocasión, evité el futbol, evité entrar a quinielas, evité comentar y evité a toda costa prender la televisión.
Patricio y yo nos esquivábamos las miradas, era muy doloroso para él ver mi mejilla lastimada por él mismo, y lo era por todas las cosas que nos habíamos dicho la noche anterior. Mi mamá lo notaba cada vez más pero no quiso hacer comentarios al respecto. Ella estaba por primera vez contenta después de mucho y no iba a dejar que las peleas de sus hijos se lo arruinaran. Cuando todos estuvimos listos, subimos a la camioneta pero mi mamá me pidió que en vez de manejar ella, manejara yo, y yo acepté y Patricio no podía quedarse callado.
—Mamá, ¿cuándo aprenderé a manejar? —preguntó mientras lo miraba por el retrovisor, estaba con los brazos cruzados y sus ojos entre cerrados.
—Pronto, hijo. Pronto —respondió ella mientras se miraba las uñas.
—Rodrigo aprendió a los dieciséis, yo ya tengo diecisiete —se quejó Patricio, un poco más altanero que de costumbre. Él siempre había sido el hermano lindo y tierno que supongo hay en las familias, pero ya no lo veía de esa manera. Cada día que pasaba y cada cosa que decía, iba apagando cada vez más cualquier rastro de inocencia que quedara en el blanco cuerpo de mi hermano, era como si me estuvieran quitando a mi propio hermano todos los días de mi vida. Sé que era un poco egoísta de mi parte pensar así, que no cambiara y que no creciera, pero lo estaba haciendo, de hecho, estaba creciendo más rápido que yo.
—Pero tú ya vas a ser papá, ya ves, hay algo en lo que sí fuiste más rápido que Rodrigo —argumentó mi madre entre risas mías y de ella. Patricio hizo una mueca y se quedó en silencio.
Entramos a la iglesia pero antes nos persignamos, escuchamos Patricio y yo la misa con mi mamá en medio de nosotros, algo que era muy poco común entre él y yo. A los treinta minutos de misa comencé a desesperarme de estar ahí. Saqué mi celular para ver la hora, eran las 11:32 am, volví a meter mi celular en mi bolsillo y me rasqué la cabeza. Eso hizo que recordara que tenía un mensaje pendiente de leer, y como estaba muy aburrido, abrí el mensaje rápidamente tratando de que mi madre no se percatara de ello.
«¡Buenos días, Rodrigo! Espero que mañana me puedas acompañar a lo que te dije ayer... Te espero en mi casa para que hablemos un poco más al respecto, ¡te amo!».
Era Citlally, solté una risilla que hizo que mi mamá me mirara como mamá asesina y tuviera que meter mi celular a mi bolsillo antes de que ella explotara.
Cuando por fin terminó la misa, fui, como todos los domingos, a confesarme por mis pecados. Extrañamente recordé que esa semana no había pecado tanto, bueno vaya, no había fornicado, así que eso ya era mucho que decir.
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Lo que no es para siempre (Cosas que no duran #2)
RandomCualquiera pensaría que Rodrigo es feliz con su vida. Tiene la novia más bonita de la escuela, tiene los mejores amigos, es súper popular, guapo y siempre está en las mejores fiestas. Rodrigo y la vida no se deben nada, sin embargo, ésta tiene tanta...