Mi vida no era normal. Mi vida no era ni remotamente parecida a la que el promedio de los chicos de mi edad en ese entonces, solían llevar.
No albergaba en mi mente las afecciones típicas de la difícil transición de niño a hombre. No había por ahí una chica deseando que le declarara mi enamoramiento mientras yo, por mi parte, me desvivía ideando la forma de hacerlo que me hiciese ver menos estúpido. Simplemente le dedicaba mi existir a la ardua tarea de sobrevivir en medio del infierno en el que se había convertido mi hogar.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
¿Cómo olvidarlo?
Yo tenía quince años y él insultaba a mi madre por no haber preparado de cenar lo que le ordenó. Le tenía demasiadas contemplaciones por el hecho de que un día, se fuera a cumplir con una misión a Medio Oriente y después de dos años, regresara vivo pero con una de sus piernas amputada. Era veterano de guerra.
Esa noche algo marchó peor que de costumbre. No era la primera vez que la insultaba, al contrario, muchas veces la molía a palos delante de mí mientras lloraba como un bebé por no poder hacer nada para evitarlo.
Créeme cuando te digo que en esa ocasión, fue diferente.
Mamá nos llamó a los dos a cenar, se encontraba frente al televisor lubricando un viejo revolver y una escopeta que el mismo ejército le asignara para uso personal. Empujé su silla de ruedas hasta el comedor y después, salí corriendo hacia el baño a asearme las manos.
Cuando regresé lo escuché todo.
"¡Nunca haces nada bien!" "¡Eres una maldita perra inservible!"
Esas y muchas cosas que preferiría no contarte salieron por su boca asquerosa y hedionda a licor, mientras lo miraba con el más profundo de los rencores y rogaba al cielo que en un abrir y cerrar de ojos, desapareciera de nuestras vidas. Pienso que alguien allá arriba me quería un poco más que ahora en ese momento porque, al final me escuchó.
Mi madre puso el plato en su lugar de la mesa y éste lo arrojó directamente a su rostro. Comenzó a dolerse y a sangrar, sin embargo, cuando me pidió que le diera sus muletas, nunca imaginé para qué las necesitaba. Era un adolescente inocente.
Cuando las tuvo en su poder, se paró de la silla y avanzó hacia ella como pudo. La vio frente a él, la tomó de sus largos y negros rizos a la par que comenzó a apalearla. Juro que podía verla retorcerse de dolor, rogó y suplicó, pero jamás la escuchaba. Gozaba infligiendo dolor y si era a mi madre..., muchísimo más.
También grité, vociferé hasta el cansancio, pero era como si el demonio lo hubiese poseído ordenándole acabarla. Entonces, sin despegar mi escrutinio de su víctima, supe lo que tenía que hacer.
Las armas continuaban en la mesa de centro donde habían pasado un largo rato y sin que se diera cuenta, me acerqué a ellas. Permanecía de espaldas a mí, estaba muy entretenido y ocupado en su labor, así que no fue difícil cumplir con la mía.
Le apunte con el revolver directamente a la cabeza y disparé. La sangre salpicó todo a su alrededor, hasta a mamá aovillada en el suelo como un trapo viejo y sucio que dejas olvidado en un rincón, luego de usarlo a tu antojo.
La rabia se apoderó de mí haciéndose mi gran aliada.
Luego de lo ocurrido pasé cuatro años de mi vida en un correccional para menores. Ahí mismo había un interno que se dedicaba a hacer tatuajes. Precisaba recordar aquello que me hizo lo que soy, por eso la "F" en llamas dibujada en mi antebrazo.
El coraje y el fuego que llenaban mi cuerpo esa noche acabaron con Riley..., convirtiéndome en FURIA.
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FURIA
RomanceA veces resulta demasiado fácil juzgar a las personas por su pasado, cometer errores es cosa de humanos, eso es precisamente lo que ocurre con nuestros protagonistas. Riley Adrien Logan, o FURIA como ahora se le conoce, paga por uno de esos errores...