Capítulo 45

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— ¿Así que hoy dejan en libertad a Riley? —pregunta la nana Cecil, cuando se da cuenta que le sonrío a la pared y que he derramado el cereal sobre la encimera. Doy un respingo encogiéndome de hombros, para luego volver a poner la misma cara de osito cariñosito.

Hace tres días de que recibiera la noticia, no quepo en mi felicidad y eso se me nota a leguas. Papá no me dirige la palabra desde entonces, para él debe ser la mayor de las humillaciones. Sobre todo porque el chico al que por años ha querido como a un hijo, lo ha confrontado como su adversario.

—No te preocupes, criatura —pide la mujer frente a mí, cuando tomo una de las servilletas y comienzo a limpiar todo el desastre —. Mejor ve a terminar de arreglarte, que no tarda en llegar Jason.

—Gracias, nana —digo, bajando del taburete y tomando mi bastón, recargado contra la pared.

Ayer me quitaron la férula. Aunque de a poco, puedo moverme por toda la casa con total autonomía y sin requerir de ayuda de Austin o de mamá más que para lo indispensable. Ya quiero ver la cara de Riley cuando me vea pero, me da un poco de miedo imaginar la reacción que tendrá cuando sepa lo que ha pasado.

Después de que mamá y yo regresáramos del hospital, decidí llamar a Jason y pedirle que me llevara a la guarida. Recuperar las pertenencias de mi novio era una promesa que todavía​ quedaba pendiente.

Las cosas han cambiado a partir de la última vez que estuve por ahí.

Al arribar al callejón donde tantas cosas viví desde el día en que Cinthia me llevara, un escalofrío fuera de lo común erizó hasta el último poro de mi piel. Fue como tener miles de dèja vúes que se arremolinaron en mi cabeza en micro unidades de segundo. Las risas, el ronroneo de las motocicletas, el rechinido de la cortina metálica de la bodega al ser levantada y los gritos de Riley al enterarse de quién sería el contrincante de Steve en aquella carrera.

Era todo tan vívido, que no parecía consciente de que solo eran producto de mi ágil imaginación.

Jason estacionó el auto justo en el lugar en el que su hermana acostumbraba a colocar el suyo. Me sorprendió el ver que nada obstruía el umbral del estacionamiento y la esperanza de que Kurt estuviera encerando su Ducati se percibía latente en mi iluso corazón. Sin embargo, no fue así.

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