Capítulo 49

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El gran día (Sábado por la noche)





No puedo decir que no estoy nervioso. Las piernas me tiemblan, las manos me sudan y a veces me parece escuchar un leve zumbido chirriante en mi cabeza. La única ocasión que recuerdo haberme puesto de ésta manera, fue aquella en la que Cinthia me llevara a la fiesta de cumpleaños de la Fierecilla; cuando la tomé entre mis brazos y la besé por primera vez.

Por la mañana me desperté muy temprano. Anoche di vueltas y vueltas sobre la cama preguntándome a mí mismo si lo que voy a hacer dentro de un par de horas realmente es una buena idea, o si por el contrario, se trata de la puta estupidez más grande en la historia de los estúpidos.

Irónicamente fui yo quien hace unos pocos meses riñera a Steve por la misma razón y ahora, resulta que la situación es básicamente idéntica. No cabe duda de que si mi amigo viviera, no se aguantaría las ganas de decirme: "Eres un maldito hipócrita". Sin embargo, él quería correr contra Darnell para probarse a sí mismo que era capaz de eso y más, mientras que yo, lo único que quiero hacer es probar que su muerte no fue un accidente y que pague por ello.

Le pedí a Miranda que hoy no viniera a verme. Sé cuánto le cuesta apoyarme en esto, también sé que si pudiera se montaría en la motocicleta a la fuerza e iría conmigo a la carrera. Mas imaginarla entre tanta basura humana me produce una rabia incontrolable. Cuando todo esto termine y si las cosas salen como espero; seré quién la llame rogándole que éste aquí, conmigo.

Me miro al espejo una y otra vez, respirando profundamente en busca de sosiego. La risa mordaz que nace en mi interior al percibir la inquietud de la que estoy siendo presa, pone a funcionar las memorias, pone a funcionar esa mínima parte de masa encefálica que coordina rostros, imágenes, colores, olores y hasta palabras, que logra burlarse de mí a su antojo.

"El motociclismo es todo vísceras, hermano". Me dice mi subconsciente. Quizás es Steve quien me habla en mi mente, procurando apaciguarme. O posiblemente sea que tanta desazón me está desquiciando a paso lento.

Niego frenéticamente aclarándome el pensamiento antes de abrir las puertas del armario en el cual dos prendas, una en rojo y la otra en azul; se pelean por el derecho a compartir conmigo el protagonismo. Finalmente me decido por el mono azul. Un modo extraño de amuleto de la suerte. De advertir a mi hermano cerca y de que me regale las fuerzas que necesito para salir vencedor, sin quedarme en el intento.

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