Capítulo 7

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He perdido la chaveta.

"¡Riley! ¡Mi nombre es Riley!"

¿Qué ha sido toda esa mierda?

La verdad es que se me ha salido sin pensar.

Y la seña. Ahora estará pensando que soy un grosero y un cabrón— bueno, cabrón si y... grosero, también; pero sólo con quien lo merece— cuando ni siquiera era para ella, sino para el uniformado estirado que no dejaba de mirarme como si trajera la cara embarrada de mocos.

Sí, es asqueroso, pero eso me pareció.

No cabe duda que no es una chica cualquiera, la zona en la que vive es de las más caras y lujosas en Detroit, su casa es más grande que un estadio de fútbol y además de eso, cuenta con chofer y todo.

Más claro, ni el agua. Sin embargo, no tiene nada qué ver con la gente ricachona que intenta salir de la monotonía apostando en las carreras los fines de semana, que a pesar de saber que los harás ganar el doble de lo invertido, no dejan de verte por encima del hombro y de compararte con rata de alcantarilla.

Ella no es así.

Desde el primer momento pude notar que es sencilla, quizás hasta modesta y humilde. Y si a esto le sumamos que es hermosa, entonces he conocido a la mujer perfecta. Tiene su carácter y eso habla bien de ella, quiere decir que no es fácil que alguien se aproveche de su voluntad y que sabe defenderse. La sumisión en una mujer no es algo que a mí me agrade, porque así era mi madre y es sinónimo de debilidad.

¿Cuánto se hubiese ahorrado de haber tenido algo del temperamento de la rubia?

Mucho.

Para empezar, jamás hubiese permitido que Andrew la doblegara, el camino perfecto para evitar también que la moliera a palos cada vez que se le antojara. No obstante, Renee no era nada de lo que la Fierecilla es, pues para ella el machismo conformaba parte implícita del género masculino. Quizás mi padre le significaba el hombre modelo de un siglo muy lejano al nuestro, donde las mujeres no tenían derecho a expresarse o a imponer sus puntos de vista en busca de un trato agradable y digno.

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