Capítulo 16

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Sus ojos están inyectados en sangre. Parecen los de alguien ardiendo por dentro sin poder controlar el odio, un odio inconmensurable que amenaza con reventarlo de un segundo a otro. Resulta claro que libera una lucha interna difícil de descifrar. No es su lucha, pero la toma como propia sin pensar en las consecuencias de sus actos. Sin pensar en que pone en riesgo su integridad personal, por defender la de una desconocida.

Porque lo es. ¿O no?

De no ver a la chica salir del baño, corriendo despavorida, entender el porqué del actuar de Riley me costaría demasiado. Sin embargo, el semblante de ella es el de alguien que ha estado a punto de vivir la experiencia más traumática de su vida: asustada y enfrascada en la irrealidad.

Cuando nos hemos cruzado he podido notar varios detalles, que me han ayudado a deducirlo todo. Su corto vestido está desgarrado a girones por el dobladillo y, su puño derecho sujeta el tirante del hombro contrario, por evitar quedar expuesta. Su oscuro, largo y rizado cabello enmarañado, le enmarca el rostro lastimado, a la par que porta un cardenal rojo en el labio inferior que junto a su mirar ausente, ha dado vida a un cuadro sumamente perturbador.

No hay más qué deducir, acaba de ser atacada por alguien en el sanitario y, ese alguien, está a punto de terminar en el hospital a causa de la golpiza que mi iracundo acompañante le da.

No tengo la necesidad de pensarlo dos veces, grito lo más fuerte que puedo pidiendo que pare. No es mi conciencia la que me lo demanda; pero advierto un sentimiento enajenante que me enfría el cuerpo mucho más de lo que lo haría la temperatura de las afueras. Sí. Miedo. Un miedo bastante cercano a la neurosis. Pero no miedo por lo que le pueda pasar, a ese ser despreciable que ha sido capaz de lastimar a un ser indefenso en comparación y poco calificado para defenderse ante aquel con fuerza física superior. Sino por él. Por Riley. En cambio, actúa indiferente a mis peticiones.

El chico de ojos verdes tiene claro su objetivo: hacerlo pagar.

No preciso ser una genio certificada por la NASA para colegir sus intenciones, cuando su respuesta es que no me meta. No obstante, decido no quedarme de brazos cruzados corriendo a pedir ayuda al único apto para ello: Lex. La frustración coquetea abiertamente conmigo y estoy a nada de darme por vencida porque, lejos de reaccionar, Riley se muestra renuente ante las palabras del fortachón. Más finalmente, la última frase que le dicta es convenientemente adecuada, para hacerlo recapacitar.

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