Capítulo 41

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Si se pudiera flotar entre las nubes, ¿la sensación se parecería en algo a lo que siento ahora mismo?

Mis pies casi no tocan el suelo y la noticia que he recibido de boca de quien considerara mi peor enemigo, me lleva a perder un poco la cordura.

Soy como un adolescente que acaba de besar a una chica por primera vez. No. De hecho, creo que esto es mejor. Ahora tengo ese peso en mi pecho que me obliga a sonreír y que me transforma el panorama, aunque éste no sea nada alentador. El peso que en contra de toda teoría física, te ayuda a levantarte de tu cama todos los días y que tira de tus labios manteniéndote sonriente y luciendo como un idiota lunático, frente a todos los demás.

Los prisioneros me observan como a un puto bicho raro en tanto regreso al taller cruzando el pasillo rodeado de celdas y milagrosamente, eso me sienta bien, porque aunque se estén preguntando: ¿Qué mierda se habrá metido? A diferencia de ellos yo tengo una razón para estar feliz, la misma razón para apreciarme como el hombre más irracional del planeta.

¿Qué le diré?

¿Qué me dirá ella cuando la pueda tener una vez más frente a mí?

Merece que me arrodille ante sí pidiéndole perdón por ser un desgraciado, un inseguro que se atrevió a desconfiar de su palabra y que creyó haber sido desplazado con saña por otro sujeto igual o peor que yo. Pero, muy por encima de todos los malos entendidos y de lo crudos que han sido los últimos meses, no logro contener la dicha de saberme correspondido. El placer de amarla y ser amado de igual manera.

— Mi Fierecilla — la frase sale de mi interior, en medio de un suspiro que me atraviesa el pecho.

Cierro los ojos intentando mantener su imagen en mi cabeza. La efigie rubia y de ojos grises que me persigue a cualquier hora y a donde quiera que voy.

— Mi apodo es Speedy. Si no te importa, me gustaría conservarlo — dice el moreno de rastas, en respuesta a mis pensamientos en voz alta.

Sin darme cuenta en qué momento he llegado, abro los párpados encontrándome ya en mi destino.

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