Capítulo 35

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Apenas escucho a mi madre y me congelo. Mi pecho sirve de contenedor a un corazón que vibra frenético, a la vez que incrédulo. Me repito a mí misma que no puede ser cierto, que sólo es una broma pesada de algún vividor que quiere hacer dinero fácil.

Es la moda.

¿No?

Últimamente se escucha en todos lados. En noticiarios, la radio o incluso, puede leerse en los diarios de todo el mundo. Gente que se dedica a extorsionar vía telefónica a familiares de una víctima al azar. Les llaman diciéndoles la cruel mentira de que el hijo mayor, la hija, la madre, o en su defecto el padre, han sido secuestrados. Éstos se lo creen entregando una fuerte suma de dinero por el rescate y al final, el presunto secuestrado llega a casa siendo el último en enterarse.

Estoy a punto de explicarle ese hecho a mamá e intentar tranquilizarla, cuando la humanidad traumatizada y sangrante de Austin entra por la puerta principal, tambaleándose. Una de las manos le descansa sobre el lado izquierdo de su estómago y la otra, oprime la parte trasera de su cabeza, haciendo presión en la herida que le mancha de rojo la camisa blanca del uniforme. Tanto la mujer a mi lado como yo nos tensamos y el hombre se queja, cayendo débilmente sobre el sofá de tres plazas frente a nosotras.

Entonces es verdad.

— Austin..., ¿dónde está papá? — pregunto, corriendo a su lado.

— Se... se lo llevaron..., Señorita Miranda. No pude... hacer... nada — balbucea, apenas si consigue articular las palabras con algo de coherencia.

Me giro hacia Elise, quien nos mira desde su lugar con las facciones desencajadas a causa del pánico.

— Iré a la cocina a pedirle a Cecil que traiga el botiquín de emergencias — avisa, aunque con la voz ahogada por el llanto.

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