Capítulo 38

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Sonrío con desgana. Una sonrisa de esas, perezosas y forzadas.

Muchas veces traté de imaginar cómo sería, cómo reaccionaría o cuáles serían mis emociones si volviera a tenerla frente a mí. Experimentándome tan confusamente enamorado de ella, llegué a apostar porque un arrebato carnal a la vez que pasional, me haría olvidarlo todo reclamándola mía de nuevo sin rencores de por medio.

Pero no.

Estoy sorprendido por la naturalidad con que estoy tomando las cosas. Por la tranquilidad y la paz que me embargan en tanto ella no para de frotarse los dedos contra las palmas con urgencia, como si ansiara tocarme mucho más que cualquier cosa vital.

Los recuerdos me toman preso, se arremolinan como huracanes potencialmente impulsados por una especie de añoranza. No obstante, no de esa que acarrea consigo sentimientos guardados y conservados en un cajón del subconsciente. No. Sino de los que te llevan y te piden a gritos deshacerte de ellos y cerrar ese ciclo, que preferirías no acarrear de vuelta al presente. De esos que irremediablemente tienen un punto de caducidad y fecha de vencimiento.

Sus brazos se aferran a mi cintura nostálgicos y sedientos de contacto cuando sus piernas, esas que muchas veces acaricié y besé con anhelo, la transportan hasta mí.

¿Cuántas noches cerré los ojos con el afán de dormir, alucinando con su perfume invadiendo mis sentidos?

Nunca las tuve que contar para darme cuenta, de que fueron infinitas.

Pero mi cuerpo no se anima ante sus provocaciones.

Coloca la cabeza sobre mi pecho. Sé que espera una reacción recíproca de mi parte. Confía en que caeré sometido ante sus encantos, esos que alguna vez me volvieran loco. Locura que me fuera fácil confundir con amor.

Sus manos van a mi cuello acariciando también mi cabello con prisa y ganas de un mínimo roce. Lentamente atrae mi rostro al suyo y me veo tentado a recibirla y saciar mis apetitos de hombre, utilizarla como ella lo hiciera conmigo. Mas el rostro de la Fierecilla aparece en el suyo aclarándome los pensamientos. Anhelo colmarme de la femineidad de una mujer, pero no de cualquiera. La quiero a ella. A Miranda.

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