Capítulo 10

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Mark también tenía varias personas por delante de él para comprar. Disimuladamente se dio vuelta para echarle un vistazo a su compañero. El irlandés estaba con su teléfono móvil mirando vaya a saber qué, hasta que puso cara de disgusto y volvió a guardarlo. En ese instante, él también levantó la vista, casi chocándose con la suya antes de que girara la cabeza rápidamente mirando al lado contrario.

Para su desgracia, en esa dirección no estaban las cosas libres tampoco. Félix sacaba fotos con Marzia por aquí y por allá, hasta que el sueco se percató de su presencia. Con el dedo índice le señaló a Jack aprovechando nuevamente su distracción, y luego le guiñó un ojo. Mark sonrió con dureza para que lo deje en paz. El rubio rió y siguió con lo suyo.

—Señor, es su turno —le dijo la vendedora. Sin querer, no se había dado cuenta de que la fila había avanzado mucho en ese corto tiempo para que él sea el próximo.

Compró con rapidez, llevándose consigo una gran hamburguesa humeante. Sin siquiera probarla, ya se arrepentía por todas las calorías que iba a ingerir. Eso, sumado a que en los últimos días no había repetido ni una vez su rutina de ejercicios, iba a contrarrestarle bastante. De todas maneras, poco le importó: de verdad tenía hambre. Podía darse un "permitido".

Se acercó a Jack por la espalda, tocándole el hombro a propósito, causándole un pequeño sobresalto al otro.

—Estaré por allá —apuntó a un solitario banco—, ven cuando compres.

—E-Está bien —genial. Era justo lo que necesitaba; algo parecido a su sueño.

Mark se sentó. La gente pasaba frente a sus ojos, nadie reconociéndolo. Agradeció que el de pelo verde se haya acordado de las gorras, porque sino eso habría sido menos placentero con gente pidiéndoles fotos. De esa manera, haciéndose pasar por un simple individuo, podía sacar ventaja de la situación y seguir con el juego de coqueteos. Sonrió al ver que finalmente Jack había comprado y se dirigía a él con un balde de patas de pollo fritas.

— ¿Te comerás todo eso tú solo? —preguntó el hawaiano al ver la inmensidad de las presas.

—No creo. No tengo un gran estómago ni mucho menos lugares donde repartir todo esto —rió mientras se sentaba en el banco, a su lado—. ¿Me ayudarás?

—Sí sobrevivo a esto —alzó la hamburguesa entre sus manos— supongo que sí.

—Buena suerte entonces.

Los dos muchachos se pusieron a atacar los alimentos con voracidad. Tenían como una meta subconsciente de terminar cada uno lo suyo, pero no paso mucho para que ambos comenzaran a masticar con dificultad y cansancio.

Jack, rendido, apoyo su espalda en el respaldo, con el balde sobre las piernas, que se encontraba lleno más de la mitad.

—Parece que tú necesitabas más suerte que yo —comentó el hawaiano, dándole el último bocado a su hamburguesa para que finalmente desapareciera.

El otro nada más movió su cabeza en forma de asentimiento. Presentía que si abría la boca para decir cualquier cosa, las alitas que ya se encontraban en su estomago volverían a la superficie terrestre. Y con superficie terrestre, se refería al piso de cemento.

—Si quieres, te ayudo...

Acercó su mano derecha al recipiente, apoyando "desprevenidamente" la otra sobre la de Jack que se encontraba inerte justo entre ambos.

Todas las alarmas en la cabeza del irlandés se encendieron.

Estaba ocurriendo.

Movió su mentón para apuntar a su rostro. Sintió la suavidad de la piel del hawaiano, más allá de que no estuviera haciendo nada más que posarla sobre el dorso de la suya.

El pensamiento del mundo de los sueños floreció en sí:

"Tuve la necesidad incesante de comprobar si sus labios eran así de suaves también".

No fue lo único que floreció, de todas maneras.

Aquellas alitas de pollo le estaban pasando cuenta, y los nervios no ayudaban. Con rapidez, quitó la mano que se encontraba debajo de la de Mark y se puso de pie, no sin antes tenderle el balde para que lo sostuviera.

— ¿Qué sucede? —preguntó el de pelo rojo con preocupación ante la súbita reacción muy fuera de lo común.

Ciertamente, lo común de él era ponerse como un tomate, pero su rostro estaba empalidecido y había comenzado a sudar.

—N-No me estoy sintiendo muy bien...

—Oh, mierda —tiro el cubo al piso sin importarle mucho—. Vamos, sé dónde está el baño. 

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