Capítulo I

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Cassandra

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Cassandra


Tic, toc, tic, toc... 

Las manecillas del reloj de pared de mi cuarto, viejo y desgastado, marcan las 1:45 a.m. aún tengo quince minutos antes de que comiencen las macabras pesadillas que me atormentan cada noche. Aunque no quisiera que sean las 2:00 a.m., mi mente me recuerda que pronto mi cuerpo colapsará en sueño, quiera o no, me sumergiré en un estado inerte que me despojará de la realidad y me hará entrar en escenarios tétricos.

Estoy consciente que son solo pesadillas, pero parecen reales. Con el frío que interrumpe mi angustia, cubro mi cuerpo con mi sábana blanca, me acomodo la almohada y lo único que hago es empezar a rezar. No soy creyente del cielo y menos del infierno, del Dios o del diablo, pero de esos dos mundos solo me sorprenden dos cosas: Los ángeles y los demonios.

Meses atrás, en el día de mi cumpleaños diecinueve,  a las afueras de la iglesia que queda a kilómetros de mi agujero —en la entrada del pueblo Black Hills—,  una señora bloqueó mi paso solo para abordarme con las ideas delirantes sobre un guardián. Un ángel o un demonio, eso  dependería del camino que escoja. Aquellas palabras resuenan en mi cabeza, una y otra vez, pero lo desconcertante es que desde ahí empezaron mis pesadillas. 

Extraño o no aquel suceso con la anciana, me da igual. Ese día era una visita más que doy a la tumba de mi madre en el cementerio que se encuentra ubicado casualmente a lado de la iglesia. Mi madre. Un final horrible para una mujer joven. Asesinada por un violador cuando yo cumplía un año. Terminé en un orfanato hasta los dieciocho años. Nadie quería adoptar a la hija de la "prostituta". Así decían a mis espaldas cuando creían que no estaba cerca. Cumplí la mayoría de edad y pude ser libre, salí lo más rápido del putrefacto y horroroso lugar. Solo que ahora terminé aquí. Dentro de un bosque. En una cabaña abandonada.

Esta soy yo, arropándome con una sábana ultra fina que poco cubre el frío intenso que trae el invierno en si. No puedo librarme del embrujo depresivo de un cielo oscuro, porque al otro lado de mi ventana la lluvia cae de manera precipitosa. El ruido de los gatos en los bunker de basura me resulta agonizante. Deseo dormir y que las horas pasen rápido para que sea un nuevo día, pero entre esos dos deseos me salto la parte más oscura de mi vida. Mis pesadillas, aquel tormento del cual no puedo escapar.

Miro el reloj y son las 1:59 a.m. 

Ya es hora.

Suspiro y me preparo para ser fuerte ante lo que viene. Como si mi preparación fuera la señal, siento un mareo, mis ojos empiezan a cerrarse, la vista ante el reloj se vuelve turbia y opaca. Entonces, justo ahí, todo se vuelve turbio para mí.

—Tú eres la elegida —escucho una voz distorsionada entre la oscuridad que cubre a mis ojos. Sé que estoy en el sueño por la sensación de energías cubriendo mi piel.

Pero todo es oscuro.

Un velo que se disipa de apoco como siempre.

—Tú eres. —La voz es de mujer, la misma que guarda una cierta relación con la primera, está retumbando mis oídos y fastidia totalmente.

Me preparo para las imágenes que han de abordar al escenario. Después de todo, yo solo soy la espectadora de la trama que podría denominarse "El purgatorio" para cualquier creyente de lo espiritual.

—¡No! —grita un hombre.

Al instante, estoy ahí parada en un campo abierto frente a la escena de su cuerpo siendo arrastrado por sombras, llevándolo a un hueco que despliega llamas. El ambiente fúnebre del lugar es como el complemento perfecto. Árboles por todos lados, neblina espesa, el cielo oscuro sin estrellas, mas es la luna que hermosa e imponente gobierna el ambiente con su luz .

El señor que está siendo arrastrado —que estimo tenga unos cuarenta años de edad—, viste un traje negro que se usan para fiestas elegantes, de cabellera escasa y oscura. Lucha clavando sus uñas en el suelo para no ser tragado por el hueco, pero ni la tierra lo protege de sus opresores. 

Las sombras sin formas agarran sus piernas fuertemente, jalándolo de los pies para que se suelte, mientras él se retuerce. Quiero sentir dolor, pena o lástima, pero no siento nada; ninguna lágrima corre mis mejillas ante tal escena. Es como si disfrutara con deleite lo que ocurre frente a mí; siempre es así. Yo la espectadora regocijante y los condenados torturados siendo arrastrados a un hueco que nunca me he atrevido a acercarme.

Cuando los torturados me miran, antes de que su cabeza se pierda en las sombras de aquella improvisada abertura en el suelo, la pesadilla finaliza.







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Demonios de Noche © - [Serie pesadillas] [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora