Capítulo XXIV

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Cassandra

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Cassandra


Ni en mis cinco sentidos bien puesto hubiese imaginado que el infierno fuera —al parecer— una mansión elegante y acogedora. En lo último me equivoco, puede que esté en una sala siendo recibida por "mi padre", pero poco sé si de verdad este es el espacio de un hogar con paredes y cuadros.

—¿Quién eres? —cuestiono, en un tono desafiante.

Sonríe.

Deja sus brazos caer, sabe que no estoy dispuesta a darle un abrazo, menos uno fraterno.

—Retírate, hijo —dice, mirando por encima de mi hombro.

—¿Hijo? —suelto, mirando hacia atrás al tío de Asaf, pero él no está. Ha desaparecido en el aire, dejándome sola con un hombre que puede lastimarme. Da igual, con ninguno de los dos estoy a salvo; eso es más que seguro.

Pero, algo sí sé.

Si tengo que defenderme lo haré así tenga que arriesgar mi vida. No es que no haya muerto antes. Estoy conectada a Asaf, debería de sentirlo, pero no pasa nada. Su energía está perdida.

—Sí, hija mía. —El hombre me hace devolver su atención hacia él. Antes de que pueda decir algo, ante su respuesta que me deja más que confundida, termina por decir—: Todos son mis hijos, aunque no sean directos de mi sangre y menos puros. Excepto tú, nadie antes de ti o después de ti ha de ser poderosa, porque tú eres la única que es sangre de mi sangre y alma de mi alma.

Un palpitar extraño se hace constante en mi corazón al resonar en mi mente sus últimas palabras. ¿Él es el hombre prohibido del que mi madre se había enamorado? ¿Ese hombre es mi padre? ¿Ese hombre es el...?

—¿Tú eres...? —No puedo completar mi pregunta. Estaría equivocándome en afirmar algo que no está del todo claro.

Él camina hasta la chimenea y apoya su brazo en el marco mirando perdidamente a las llamas que de ahí se despliegan.

—¿Quieres que te diga que soy el diablo? O ¿Quieres que te reafirme que soy tu padre? —Alza su cabeza para mirarme— Pues mi niña, sí soy tu padre. Eres tú... mi única creación de algo que anhelé llamar amor; esa frase que repiten mucho los humanos. Y sí, soy el diablo, otro término más de los simples mortales.

Tiemblo.

Inexplicablemente, lo hago.

¿De verdad este es el infierno?

No hay llamas y torturas de la cual recalcan en papeles. Al menos, no he visto más allá de este sitio, tal vez, cuando se abra la puerta que tengo frente a mí, la oscuridad se hará presente y la realidad será vacíamente otra.

—¿Este es...? —tartamudeo.

—Sí, es como lo dije al principio, mi niña. —Me sorprende con su intervención, como si mi pensamiento leyera.

Es un demonio, el mayor de todos, por supuesto que podría hacerlo.

Trago saliva por ser consciente de mi situación.

—¿Qué me harás?

En un parpadeo, él se encuentra frente a mí, tocándome el cabello. Sus ojos conectan con los míos. Son de un azul tan cristalino... como los míos. Me impacta su tacto, es como si tuviera control total de mi cuerpo. Él podría darme una orden de hacer un movimiento y sin duda lo haría; así me siento y tengo miedo.

—Despertar a mi verdadera hija —susurra, en el viento.

¿Despertar a mi verdadera hija?

¿Qué quiere decir con eso?

¿Verdadera?

—¡No! —grito, empujándolo su pecho con mis manos y, en segundos, puedo verlo cómo retrocede perdiendo equilibrio sin caer al suelo.

¿Qué hice?

Miro mi acción con sorpresa.

Siento que soy una desconocida. Ésta realmente no soy yo. No lo soy. La frágil Cassandra no tendría el poder de hacer dichosa acción. Sin embargo, recuerdo que Cassandra ya no está. Cassandra ha muerto. Cassandra no soy yo desde que la vida a Asaf me ha unido.

—Hija, estás resurgiendo. —Se acomoda su traje y del bolsillo saca una especie de daga—. Solo debes de tomar mi sangre. —Sin contemplación se realiza un corte lineal en la palma de su mano—. Debes saber que no estás muerta. No estás en las sombras, ni bajo miles de kilómetros de profundidad bajo el suelo, porque el infierno en el que estás es aquello que conoces como vida.

Intento procesar lo que dice, pero antes de que mi mente ordene su mensaje. Siento su sangrienta mano aprisionando mi boca. Me retuerzo, me quejo, pero él es fuerte. Su sangre rueda por mi garganta sin oportunidad de negarme. Me inclina la cabeza para asegurarse de que me trague todo. Su aprisionamiento me hace sentir impotente. El líquido ferroso, incipiente y salado termina por hacer su cumplido.

Un ardor en mi estómago crece. Lo siento soltarme y caigo al suelo, retorciéndome en mis adentros.

—¿Qué me hiciste? —reclamo, su respuesta ante el dolor que me reclama y profana.

Lo veo ver su mano y luego me observa, a unos pasos de mí, parado con altivez e imponencia.

—Mi Bacis. —Sonríe.

Bacis.

Bacis.

Bacis.

Se repite en mí esa palabra como un cantar y no dejo de pensarla hasta que llega como una especie de súplica y pedido.

Un reclamo a mi ser por desesperadamente gesticular esa palabra con mis labios.

—Bacis —digo, con la última fuerza de mi cuerpo convulsionante.

—Cierra tus ojos, mi niña. —Mi debilidad obedece su orden—. Cierra tus ojos, mi Bacis.

Bacis.

La oscuridad se vuelve plácida, seductora y la mejor amante. Escucho una voz reclamarme dentro de mí que quema.

Es peor que sentir a Asaf, clavando sus garras en mi espalda.

Es peor que sentir a Asaf, llorando por sentirse culpable de mi partida.

Es peor que sentir mi último segundo de vida en agonía.

—Ahora estás atada a mí. —Escucho pasar por mis oídos mi propia voz distorsionada por algo maligno.

Ya no sé quién soy.

—Ahora eres mía, Cassandra. —Vuelvo a escuchar la misma voz.

¡No!

Mi grito no sale en una voz, porque tan solo se convierte en un pensamiento. Trato de bloquear a mi otra yo y lo único que se me ocurre es pensarlo a él antes de...

Asaf, no quiero desaparecer.

*Espero que alguien ande por aquí

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*Espero que alguien ande por aquí.

Demonios de Noche © - [Serie pesadillas] [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora