Capítulo XXIII

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Cassandra

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Cassandra

Tú eres el infierno —susurra alguien, con una voz aterradora. Tiemblo. Me quedo sin aire. 

Despierto.

Mis ojos se ciegan por la luz fuerte que traspasa la ventana. Miro a mis lados y no hay nadie. Temo que todo acerca de mi muerte y ver Asaf salvarme solo es un sueño. Mi pánico crece que me obliga a levantarme de la cama para cerciorarme de que estoy en la realidad.

Abro la puerta de la habitación sin hacer ruido, mientras miro a mi alrededor por cualquier sorpresa.

—Asaf —pronuncio su nombre en voz baja.

A pesar de la claridad del sitio y mi sospecha de que es temprano, nadie responde.

Si no está Asaf, al menos, debería estar la anciana o el chico.

Me dirijo hacia la sala en puntillas, porque si es una pesadilla algún alma debe estar cerca. Mi pie tropieza con algo.

—¡Mierda! —suelto demasiado fuerte.

Cubro mi boca, pero es demasiado tarde.

—¿Cassandra? —escucho al chico, detrás de mí.

Un alivio recorre mi cuerpo por saber que no estoy sola. Volteo, y su torso desnudo me desconcierta; podría ocasionar un infarto —si quisiera— a cualquier chica que tenga a su alrededor hombres poco agraciados.

—Este... —empiezo a tartamudear.

—¿Qué ocurre?

Me vuelvo.

Miro hacia la puerta de entrada de la casa que está a unos cuantos pasos de mí.

—Puedes colocarte una camisa, porque verte así se me hace extraño hablarte —le recomiendo.

Empiezo a dar pequeños golpecitos con el pie en el suelo.

—Bien, pero no te vayas que debo hablar contigo —anuncia.

—¡Oh, bien! —Ruedo los ojos— Apúrate.

Escucho el sonido de sus pasos alejarse. Camino un poco para ver la sala, y está vacía, me dan ganas de abrir la puerta que tengo tan cerca y salir de este lugar. Correr... correr para volver a casa y cerrar mis ojos para despertar justo el día en que decidí ir a buscar trabajo. Y evitar —a toda costa— aceptar el puesto en la cafetería para no cruzarme con todos los problemas que he vivido desde ese día.

Me acerco al sofá para recostarme, pero el silencio me recuerda las heridas que he sufrido en mi cuerpo. Reviso mi brazo, y es como si nunca hubiese tenido una cortada, trato de alcanzar mi espalda con mis manos que un leve roce detecta que las otras heridas provocadas por Asaf no están. Entonces, capto que todo es real. La pesadilla y que él me viniera a salvar.

Soy suya.

Es tan raro pensarlo, pero no puedo imaginarme estar atada a él, a su familia y a su infierno.

Pero, ¿dónde está él ahora?

Mis ojos empiezan a arder como si un poco de espuma de champú cayeran en ellos. Me los restriego con la mano, pero arden más, y se suma un pequeño temblor que desciende de mis muslos hasta mis pies.

—¿Qué ocurre? —Caigo al suelo de rodillas.

Mi piel arde de una forma inimaginable; ni una quemada con fuego se compara.

—¡Auxilio! —grito.

Mis oídos captan un sonido agudo, chillante y molesto para ser reemplazado por otro más parecido al de un viento fuerte, pero no siento de una pizca de brisa rozarme.

—Es hora de partir. —La misma voz que me despertó hace unos minutos en el cuarto vuelve a aparecer.

¿Es hora de partir?

Quiero ver quién está diciendo eso, pero no puedo abrir mis párpados. Mis ojos aún me arden, pero ninguna lágrima se expone. Así como la aparición repentina del ardor, ahora hay otra, siento la sensación de arrancarme la piel, porque la siento ajena a mí. No soy yo, este no es mi cuerpo.

—¡Auxilio! —grito nuevamente, pero ahora a todo pulmón.

Mi instinto siente una presencia colocarse frente a mí, y no me equivoco, porque unas manos ásperas me aprietan ambos brazos y me levantan.

Un aire pasa acariciando mis ojos como un alivio hacia mi tortura que desaparece.

—Mírame —ordena alguien que no puedo reconocer ni siquiera por su tono de voz que no es nada familiar.

Abro mis ojos con determinación a estar preparada para quién sea que vea, pero me congelo cuando capto la imagen de...

El tío de Asaf.

¿Por qué no reconocí su voz?

—Es hora de llevarte con mi padre. —Me agarra por sorpresa la mano.

Trato de soltarme, sacudiéndola, pero el ingreso de la anciana a la casa me distrae, permitiéndome pedirle ayuda. Sin embargo, me ignora como si no me escuchara, no me viera, peor, como si no existiera; pasa de largo para la cocina lo cual me deja atónita.

Miro hacia el pasillo, y aparece el chico con el torso cubierto por una camisa. Él mira confuso hacia la sala, llevándose una mano a su cabeza pensando tal vez a dónde estoy. Se dirige a la cocina ignorando mi presencia.

No me ve.

—Esto está mal —musito.

—No te ven —interviene mi opresor, confirmando lo que ya estaba sabiendo—, ni te escuchan.

Mi corazón late en manera acelerada.

—Tenemos que ir al infierno —dice, pero me encuentro perpleja o idiotizada por lo que acaba de ocurrir con la anciana y el chico.

Escucho una especie de silbido susurrando a través del aire. Un fuego a un tono rojo intenso lo cubre a él y ahora me cubre a mí. La puerta de entrada de la casa se abre una vez más, pero quien entra es Asaf cargado de fundas de compras. Me resigno a que no seré vista por él y que, en su presencia, su tío me llevará supuestamente al infierno.

Me equivoco.

Asaf dirige su mirada en dirección a mí y luego a su tío.

Él me ve.

—Asaf —digo. Y lo veo correr hacia mí, pero el fuego me cubre completamente y las llamas no me dejan ver ya nada.

Espero algo que no sé qué es. Me atrevería a decir que su rescate, pero el tiempo transcurre, y no ocurre nada. Las llamas desaparecen, y ya no estoy en la que se estaba convirtiendo en mi casa, mi hogar.

Una sala con estilo victoriano me recibe; en la que resalta su chimenea y la silla que está ocupada por alguien.

—Bienvenida al infierno, hija mía. —Un hombre de rostro maduro, pero joven, se levanta de su asiento extendiendo ambos brazos a manera de recibimiento.

Demonios de Noche © - [Serie pesadillas] [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora