Capítulo XVI

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Asaf

Su rostro delicado y de facciones finas la hace ver como una niña. El color carmesí de sus labios vuelve después de estar morado por la pérdida de sangre.

Sentí que la perdía. Me golpeó escucharla gritar mi nombre con agonía. El verla lastimada y ensangrentada me cegó de rabia, dejando que mi demonio me domine, me dé su fuerza, y así rescatarla, aun así, parte de mí buscó el control al verla mientras hacía mis movimientos.

Ahora estoy aquí, observándola, sabiendo que mi tío no descansará por verla muerta después de mi desafío.

—Se despertará pronto —dice la dueña de la casa, en otras palabras, la persona que me brinda posada.

Cambia el vendaje que oculta la herida de Cassandra, una larga y profunda cicatriz se extiende a lo largo del brazo hasta su antebrazo. La anciana limpia con delicadeza cada parte dañada para volver a cubrirla. Observo mi reloj y son las 18:00 p.m. Y pensar que ayer a esta hora me disponía a rescatarla.

No me lo perdonará, mi tío.

Ni tampoco me interesa.

—Por favor, salga del cuarto, porque debo cambiarla —ordena, amablemente.

Asiento.

Me levanto de la silla, miro por última vez a Cassandra y me retiro del lugar con la esperanza de que todo va a mejorar. Antes de conocerla, estaba con mi espíritu durmiendo en algún lugar vacío sin fijarme de que no soy solo oscuridad, también puedo ser algo más que un monstruo de la noche.

Me dispongo a llamar a Ian, al primer timbre contesta.

—Hermano, ¿estás bien? —se apresura en decir.

—Sí. —Voy por el pasillo angosto, resonando la madera rota del piso.

—Mi tío tiene una actitud del infierno.

Suelto una risa por lo irónico que suena después de todo, procedemos de ese lugar.

—¿No le habrás contado donde estoy?

—No, además él ni se imagina que estás allá.

—Bien, no comentes nada de esta llamada.

—No.

—¿Y mi madre? —Sabe a qué se debe mi preocupación. Ella me verá como un traidor.

—Ella está bien, pero no le hizo nada de gracia lo sucedido.

—Se le pasará.

—¿Y ya despertó? —pregunta, con curiosidad.

Ingreso a la cocina por un vaso de agua. Mi cuerpo se deshidrata fácilmente, todo el día no he parado de beber cualquier líquido con tal de saciar la sed que me carcome.

—No, aún sigue inconsciente. —Tomo un sorbo—. Debe ser por la pérdida de sangre.

—Te dejo, porque tengo que arreglar unos asuntos con la banda. —Cuelga.

Sigo bebiendo sin parar, uno, dos, tres, y hasta, cuatro veces...

Un excesivo calor empieza apoderarse de mí, dejo la cocina y cruzo la sala para salir de la casa. Respiro con alivio al sentir el aire refrescar mi piel por miserables segundos, porque luego comienzo a sofocarme.

Un ardor se acumula en mi pecho que se extiende por cada fibra de mi ser. Caigo al piso arrodillado. Bajo mi atención a mis manos que tienen una extraña iluminación similar al fuego. No me equivoco, porque las mismas llamas que afloran fuera de mi piel me confirman que la luz es, eso: fuego.

—¿Qué me está pasando? —Miro al cielo exigiendo una respuesta, aunque debería mirar al suelo donde en realidad pertenezco.

Me cuesta respirar, sin embargo, parte de mí se siente como si miles agujas pincharan en mi espalda.

—¡No! —suelto, un grito por la desesperación.

Me revuelvo en un mareo, el sonido de crujidos me obliga a observarme una vez más las manos, y me lleno de terror al darme cuenta de que hilos de fuego salen de mi interior como si reemplazaran las venas y me envuelven dejando a su paso unas marcas negras. No es igual a la transformación que tengo cuando me convierto en mi demonio, no es lo mismo, ni siquiera la mitad de parecido.

—Es la hora. —Una voz distorsionada retumba mis oídos.

Ni los árboles que están alrededor me sueltan una pista para saber quién me habla. Volteo, y nadie está. Con la confusión apoderándose de mí, y la extraña transformación que empieza a surgir, me levanto sin encontrar equilibrio.

—Es la hora —repite, nuevamente.

No tiene sentido escuchar a alguien hablar sin que se encuentre alrededor, al menos de que ese alguien...

—Soy yo —musito—. Es mi demonio.

¿Es la hora de mi elección?

No, no puede ser. Es imposible elegir antes del día de la luna negra, eso me lo dijo mi madre... o ¿es otra de las mentiras que me han contado?

—¡Imbécil! —exclamo, por lo ingenuo que he sido.

Me tambaleo, mientras camino hacia la puerta de la casa para que me ayude la señora, recordando que ella es una antigua que lidia con seres oscuros. La angustia de llegar me traiciona, tropezando con algo que no logro alcanzar a ver, y caigo al suelo. Un zumbido, tras un golpe estridente mi mundo desvanece.

Demonios de Noche © - [Serie pesadillas] [Libro #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora