CAPÍTULO VEINTIDÓS

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RETURN TO THE BEGINNING CAPÍTULO OCHO; PARTE UNO

—¿Cuánto crees que tardarás en volver?— le preguntó Savannah a Castiel, mientras este metía la tabla en la bolsa abierta que había dejado dentro del maletero de su coche, en el garaje del búnker.

—Un día— contestó el ángel—. Dos a lo sumo.

—¿En serio tienes que ir hasta Utah? ¿No hay un sitio más cercano?— se quejó la chica.

Apenas había empezado lo que fuera que tenía con Castiel y este se alejaba más de mil kilómetros de ella.

—Es el sitio más cercano que he encontrado sin actividad demoniaca o paranormal—Savannah suspiró, asintiendo.

—Déjame acompañarte— insistió una vez más.

—No puedes—la chica torció la cabeza, echándole una mirada amenazadora.

No le dijo, nada, sabía que simplemente con aquello Castiel iba a entenderla y se evitó lanzarle cualquier amenaza verbal o mental.

Porque si de algo le había hecho darse cuenta el ángel era de que ahora podían comunicarse de otra manera. Ella probaba de vez en cuando, lanzando frases a través de su mente, y esperaba la respuesta de Castiel de la misma manera.

El de la gabardina no había estado acostumbrado a aquello, generalmente podía cerrarse a los pensamientos de los demás, pero eso era distinto, y todavía no lograba hacerse a que otra persona se introdujese en su mente de la forma en la que Savannah lo estaba haciendo, aunque tampoco le incomodaba.

No habían tenido que decirles nada de lo ocurrido a Sam y Dean. Por la conversación telefónica que habían tenido con ellos, lo habían intuido, y después de verles abrazados o besándose en la última semana, lo habían aceptado, dando un asentimiento a Savannah con muchas sonrisas que la hacían arrugar la nariz, y algún que otro palmetazo al ángel en la espalda seguido de un "Ya era hora, he estado a esto de encerraros en los calabozos de ahí abajo" por parte de Dean.

Lo único que sí les recriminaban eran sus conversaciones silenciosas a base de miradas y gestos. Cuando conseguían entender algo de los escritos, o creían haber averiguado o encontrado alguna pista, se sumergían en conversaciones mentales que ponían nerviosos a los dos hermanos, por lo que trataban de seguir expresándose en alto incluso cuando estaban solos.

—Puedes, pero no debes. Si te ven con la marca en la muñeca...

—Y sin embargo está bien que te la vean a ti.

—Ya hemos hablado de esto—se defendió de nuevo el ángel por tercera vez en aquel día—. Es más fácil que te relacionen a ti conmigo que a mi contigo.

—¿Cuántos ángeles se revelarían y se acostarían con un humano que no se llamen Castiel?—bromeó la chica—. Vale, lo pillo. Pero date prisa, por aquí te necesitamos.

Castiel asintió y se agachó para darla un pequeño beso en los labios. Savannah se puso de puntillas, cogiéndole del cuello de la gabardina sin intención de soltarle y haciéndole sonreír.

—Ten cuidado— dijo la chica palmeándole el hombro cuando se separó.

Le saludó con la mano una vez el ángel se hubo metido en el coche y apenas un minuto después estaba saliendo por la puerta del garaje.

Bufó, balanceándose sobre sus talones y mirando a su alrededor sin saber qué hacer. No había pasado un solo día lejos de Castiel desde que había llegado al búnker y sabía lo raro que se le iba a hacer aquello. Se dispuso a andar en dirección a la biblioteca, sabiendo que los dos hermanos se encontrarían allí. ¿Cómo iba a manejarse con ellos sin el ángel?Se preguntó a sí misma mientras observaba la marca en su muñeca.

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