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HAUNTED CAPÍTULO DIECISÉIS; PARTE TRES
—Save, voy contigo— repitió la morena por décima vez en lo que llevaban de mañana.
—Mia, no— insistió ella, también por décima vez, cargando un par de armas que tenía guardadas en su armario y saliendo de la habitación con su hermana detrás de ella—. Ya hemos hablado de esto, tomaste la decisión de quedarte fuera, y te vas a quedar fuera.
—Metatrón lo dijo anoche, necesitáis la mayor ayuda que podáis.
—No la tuya— le soltó, sin dejar de andar hacia la biblioteca donde Sam le estaba esperando para ir en dirección al garaje—. Quédate fuera de esto, por favor.
—Savannah— le advirtió la morena, cambiando el tono de voz.
—No me hagas eso de "Savannah" — la detuvo—. Puede que seas mi hermana mayor, pero yo tengo más experiencia en esto. Tú tienes a James y a Charlotte, y necesito que te quedes con ellos, protegiéndolos, aquí.
—Como si este lugar necesitara protección.
—Chuck logró entrar— le recordó la castaña—. Y Amara es algo así como su alter ego, así que en teoría también puede. Si aún no lo ha hecho es porque no puede localizarlo— le explicó, tratando de hacerla razonar—. Y probablemente eso es lo que hace aún Chuck aquí.
—En ese caso...
—En cualquier caso— la corrigió—. Sigue siendo el sitio más seguro. Por favor, Mia.
La morena pareció pensárselo durante un par de segundos antes de responder, dejando caer los ojos rendida ante la insistencia de su hermana.
—Llámame si ocurre algo. Y si necesitáis ayuda— pidió, cruzándose de brazos mientras la pequeña niña corría llegaba corriendo por detrás de su madre y se abrazaba a la cintura de Savannah.
—Hey, grandullona— saludó la cazadora con esfuerzo al agacharse y coger en brazos a Charlotte—. Prométeme que vas a cuidar de mamá.
—¿A dónde vas? — preguntó la niña, apartándose ligeramente del abrazo que había rodeado el cuello de su tia para poder mirarla a la cara—. ¿Vais a por un monstruo?
—Algo así— respondió Savannah, sin querer darle detalles. Aún le sorprendía la capacidad de la chiquilla para aceptar sin más todas aquellas situaciones, incluso cuando su padre, la mayoría de las veces, parecía estar a punto de sufrir un ataque de pánico.
—¿Puedo tener una de esas para defender a mamá y a papá? — curioseó la niña, señalando una de las armas que salían de la cinturilla de los pantalones de la castaña.
—Vale, ya está bien— intervinó Mia, cogiendo a Charlotte de los brazos de su hermana—. Nada de armas— ordenó mientras Savannah intentaba ocultar la sonrisa por la ocurrencia de la niña.
